Alguna vez escribió Umberto Eco, en su Péndulo de Foucault que: “ lo que llegamos a ser depende de lo que nuestros padres nos enseñan en momentos extraños, cuando no están tratando de enseñarnos nada. Nos formamos con pequeños retazos de sabiduría ”. Lo cierto es que nuestros padres siempre nos están enseñando todo, inclusive el silencio. De mi padre, entre otras cosas, aprendí a escuchar y no emitir ningún juicio sino hasta verdaderamente estar seguro del contexto del asunto. La vida no se explica a la ligera y no debe tomarse a la ligera, todo depende de contextos…

Mi “padre”:

Hasta la fecha nunca me he referido a él de esa manera cuando hablamos. Debo suponer, sin ánimo de equivocarme, que cualquier ser humano debe tener sus formas irrepetibles de contacto con quien le da la vida. En lo personal y siempre me he referido a mi “papá” como tal, sin utilizar “padre”, hay algo en la palabra que merece un contexto propicio que está reservado quizá para ocasiones también precisas. Hace cinco años, justo para la celebración del cumpleaños de mi padre, me tomé la licencia de dar un paso más en nuestra relación. Aquel viaje decidí darlo por carretera, me sirvió bastante para digerir mis procederes en esa celebración. Deseaba realmente adentrarme en mí para llegar al destino, para llegar cierto de mis decisiones, palabras y pensamientos. Después de todo cuento con la bendición de pertenecer a un círculo familiar por demás amoroso y crítico, como me lo enseñó mi abuela Tavo, madre de mi papá.

(Reparo en que: para un norteño tijuanense no existe forma más atractiva de divertirse que tomar la carretera del Freeway 15, camino a Las Vegas, Nevada, tierra de infinitas luces que inventó Benjamin Bugsy Siegel; para él, supongo, ese fue el paraíso en la tierra, la tierra prometida, la ciudad neta y pura del pecado).

Cabe mencionar que aquél año de mi periplo a la Easy Rider , como otros tantos, mi papá decidió celebrar su cumpleaños en ese lugar y de una manera rica, generosa y entrañable, así lo es desde no sé hace cuántos años. Regularmente el 18 de diciembre nos invita a acompañarlo sin reparos ni reclamos, todo es esplendoroso. Esa maravillosa convocatoria incluía a yernos, nueras, por supuesto a sus hijos que eventualmente, no siempre, lo acompañábamos torpemente en nuestro limitado entendimiento. Como hijo jamás debemos de perder la oportunidad de abrazar a nuestros progenitores. Sin embargo, y lo aclaro, soy incapaz de entender la disparidad de sentimientos que cada hijo o hija abraza al respecto de su padre. Lo que sí sé, por mi parte, es que soy extraordinariamente afortunado de tener la oportunidad de expresar el amor hacia el hombre que me enseñó a respirar la vida misma.

Queridos lectores: el día de hoy 18 de diciembre, mi papá llegará a los 85 años de vida. Soy el hombre más feliz sobre la faz de la tierra, pocos llegan a ver a sus padres tanto tiempo caminar entre la arena de la existencia. Por cierto, dudo si quedó claro líneas arriba, que sus cumpleaños suelen celebrarse en la capital mundial del juego. Eso, afortunadamente o no, ha quedado atrás entre pandemias y otros estorbos, pero regreso a lo que señalaba al inicio.

En mi cómodo periplo de Easy Rider (pero con automóvil), tomé la carretera para celebrar los ochenta años de papá; de esto hace cinco años obviamente. Aquél era un número tan emblemático, tan particular, que decidí de forma innecesaria que

tenía que borrar, durante ese día y en ese festejo, cualquier atisbo de diferencia entre nosotros que se hubiese acumulado a lo largo de los últimos 55 años.

Francamente no sé dónde leí, mal entendí, me enseñaron o me explicaron, que uno debe reconciliarse con su progenitor a determinada edad. Realmente no lo sé, pero simplemente decidí hacerlo en esa ocasión, en ese viaje, lo confieso sin sentir la menor necesidad.

No obstante, suponiendo, sin conceder, que siempre hay cuentas pendientes, lastimaduras añejas o complejos [tengo varios y no por culpa de nadie, menos de mi padre], sentí que en esa celebración iba a saldar las cuentas no pendientes e innecesarias con mi papá, a través de algunas acciones: la primera gran idea que tuve fue: proponerle una gigantesca celebración en la principal sala de nuestro pueblo, como lo es el Club Campestre de Tijuana. Invitando, pues, a “toda” la familia, a sus amigos y por supuesto a los míos. Idea irrebatible, pensé. No obstante, al llevarle la propuesta, su respuesta, cómo regularmente lo hace ante mis iniciativas, fue: “dame unos días para pensarlo”.

Su razonamiento, que llegó más temprano que tarde, de forma aleccionadora [dejara de ser mi papá como es], con una contundencia irreprochable me dijo claramente de frente: “Gordo, tus amigos me caen bastante ‘gordos’ y los míos más. Por lo tanto, he decidido que nos vamos a Las Vegas como todos los años”. Fue de risa clamorosa su puntual respuesta. ¿Quién soy yo, para inferir en sus deseos de celebración? Sólo me falta agregar que, a la par de mi propuesta original, también, le ofrecí pagar la totalidad del festejo. Creo, sinceramente, que por esto decidió, lo que decidió.

Regreso al periplo sin casco: resulta que voy en plena carretera, pensando, analizado y sobre todo dilucidando, cómo homenajear al más grande héroe de mi vida, sin tener pendientes con él, sin “facturas por cobrar”; sin reclamos innecesarios, a mí no me educaron para quejarme, mucho menos para reclamar. Mi santo y amado papá me educó para dar resultados, sin palabrerías y sobre todo sin “rollos”. ¿Puedes o no puedes? Y: si no puedes, ¿por qué no puedes? ¿Qué te falta? , así me educó mi Chanoc, mi Batman, mi Kalimán, mi Blue Demon, mi papá.

Así, durante el viaje de cinco horas, llegué a algunas profundas conclusiones y decisiones que pondría en marcha durante los próximos días. Primero, me atrevería a pagar la cuenta, ni que fuera yo tan penitente, en la tradicional sede anual del Palm Restaurant del Hotel Caesars Palace; además tuve la necesidad, en ese encuentro, de explicarle y decirle por qué, cómo y cuánto lo amo. Hago aquí una sentida pausa, previo a las palabras de mi intervención en la inolvidable cena, para abrazar la poesía de Piero, el argentino más universal, que afortunadamente nació en Italia y que nos enseñó cómo somos la piel y la entraña [cual si fuera el inolvidable libro de Julio Scherer García]… Piero y su melodía: / Viejo, mi querido viejo / Ahora ya caminas lerdo / Como perdonando el viento / Yo soy tu sangre mi viejo / Soy tu silencio y tu tiempo / Yo soy tu sangre, mi viejo / Yo soy tu silencio y tu tiempo / Yo soy tu sangre, mi viejo / .

Vayamos a la cena: finalmente pagó el más penitente, incluida la doble propina que firme de forma innombrable. Lo único que se me grabó en el corazón al finalizar la cena, hasta mi último aliento, después del abrazo de Don Carlos Franklin Mora Quiñonez, mi papá, abuelo de mis hijos y maravilloso bisabuelo de mis nietos, son las palabras que me dijo al oído y me las llevaré hasta la eternidad, supongo que lo mismo me dijo cuando nací: “ no te preocupes hijo, no estás solo, estaré junto a ti toda tu vida, guiándote, ilustrándonos y por sobre todo aprendiendo de ti, eduquémonos juntos, amado hijo ”.

Como ya no puedo contener las lágrimas, tampoco me voy limitar para terminar. Escribo lo siguiente con ánimo de justificación. Resulta que no es la primera vez que publicó sobre mi papá (apareció en Los Dones II ), fue precisamente en su onomástico número 75 que tomé la pluma, hace escasos dos lustros… En estos tiempos de vértigo, por la rapidez con que se vive, hoy los años son lustros, que a su vez son décadas y las décadas ascienden a siglos que son ilimitados. Por eso, los últimos 10 años pasaron de súbito. Pero alegre y feliz afortunadamente aún puedo escribirle a mi papá en su cumpleaños. Contextualizando algo de lo que publique en diciembre del 2012, que hoy adquiere otra dimensión, sin perder la vigencia, por el contrario, sólo la pátina del tiempo la pudo engrandecer hasta el infinito.

Mi papá realmente es el Don de mi vida. No podría serlo de otra manera. Hombre vertical como ninguno, perseverante como el que más, derecho como pocos; proviene del mismo lugar que el gran bardo mexicano Amado Nervo, nacido en el estado de Nayarit, tierra donde vio la primera luz, aunque a la postre resulta el “mazatleco” más orgulloso y el tijuanense más emérito, al final, es un ciudadano del mundo. Papá lo mismo es un industrial, empresario, filósofo, entrepreneur, guionista, hipnotista, restaurantero, músico, compositor, duelista, charlista, orador, polemista, dirigente, líder en todas sus connotaciones. Feminista a ultranza, algo excepcional para su generación.

Jamás me cansaré de resaltar su fortaleza, consejos, visión, integridad, probidad y sabiduría. Su vida productiva no tiene parangón. Llegó a nuestra bendita Tijuana a principios de los años 50 del siglo pasado, como los cientos de miles de paisanos migrantes que buscaban una oportunidad allende la frontera y logró alcanzar el sueño americano. En las postrimerías de su estadía en Estados Unidos, obtuvo la documentación legal para trabajar arduamente. Las primeras jornadas laborales estuvieron llenas de sacrificios, con horarios que iniciaban antes de salir el sol y concluían al ponerse, pero jamás cejaba, claudicaba o se cansaba y mucho menos se quejaba, de suyo nunca lo he escuchado hacerlo.

Su vida familiar es una monumental muestra de entrega total. Ha vivido adorando a mi amada madre, Consuelo Álvarez Fernández, por más de seis décadas y, entre ambos, dieron vida a 25 almas: cinco hermanos, 11 nietos, nueve bisnietos y contando justo cuando el bisnieto mayor, Carlos Alexander Mora Ornelas, mi propio nieto, se acerca precoz a la pubertad.

Mi papá es un guerrero, un luchador, un forjador que nació como el acero que no se dobla, es como el carrizo que jamás se rompe. Hombre serio, enérgico, estricto como los de antaño, y sabe, sin embargo, ser muy generoso, profundamente bondadoso e irrestrictamente leal. Desde niños nos inculcó que el trabajo honesto es lo más sagrado y junto con la familia el don más preciado.

La vigencia permanente de Don Carlos Franklin Mora Quiñonez, mi papá, trascenderá hasta la posteridad. Su máxima en la vida es que los padres deben de ser los mejores amigos de los hijos, y él ha hecho de ese apostolado una contaste, no sólo de su carne, huesos y sangre, sino también de todos aquellos que han sido alcanzados por su gracia. El Creador del universo seguirá guiando con su preciosa mano, la ruta y obra de nuestro amado papá que, en vida y para la eternidad, nos ha marcado a los que hemos tenido el mágico privilegio de adorarle. Larga vida papá, feliz y bendecido cumpleaños número 85. Salman Rushdie escribió a propósito del “padre”: “A los dieciséis años, todavía crees que puedes escapar de tu padre. No escuchas su voz hablando a través de tu boca, no ves cómo tus gestos ya reflejan los suyos; no lo ves en la forma en que sostienes tu cuerpo, en la forma en que firmas tu nombre. No oyes su susurro en tu sangre”. Te amo, papá.

Hasta siempre, buen fin.

Google News

TEMAS RELACIONADOS