Casi un millón de personas, lo aseguro, se habrán aposentado en España, la madre patria, entre abril y mayo de este año, para presenciar las corridas de toros. No pretendo ser absolutista, pero entre la Feria de Sevilla y la de Madrid ese número no es difícil de lograr, me consta, lo acabo de vivir, mejor dicho, acabo de vivir el sueño despierto que no fue violento sino amoroso. Viví más de 20 corridas en Las Ventas y unas 10 más en La Maestranza, lo que vi en esos tendidos, en esa tierra bendita entre vítores y cantos, alabanzas y promesas, bien llega a la suma del millón de amantes de una sola condición moral que no se juzga.

“Es moral lo que hace que uno se sienta bien, inmoral lo que hace que uno se sienta mal. Juzgadas según estos criterios morales que no trato de defender, las corridas de toros son muy morales para mí”.
Ernest Hemingway

No obstante, el conteo es intrascendente. Como aficionado lo disfruto, lo necesito y jamás podría perdérmelo. Sé de memoria las rutas de las ferias, las veredas de los palcos, el aroma de las arcillas. En este 2022 llegué a los 60 años, una vida breve en el infinito… Así pues, decidido, me regalé la posibilidad de ver el mayor número de corridas, y el resultado fue mágico. Compartí mi pasión y amor con cada vecino, en cada asiento y, en su mayoría, mis compañeros espectadores no lograron comprenderlo bien. Me refiero a la fiesta y a mi efusión (en la mayoría de los casos fueron españoles, algunos ingleses, alemanes, peruanos, portugueses y mexicanos, por citar algunos). Pienso que, entre otras actividades de espectáculos y deportes como el futbol y las carreras de autos, por ejemplo, aunque aglomeren ese millón de espectadores en poco tiempo por copas, mundiales o grandes premios, ningún espectáculo es tan sacro como la lidia. Ni tampoco uno que genere una fiesta como lo hace el toro… ese millón es sagrado porque tiene algo de clandestino, algo de puro, algo de comunión como ningún otro encuentro de disciplinas.

Estas líneas las estoy escribiendo el 27 de mayo, un poco antes de la media noche y me nace hacerlo por la serie de increíbles coincidencias que se gestaron durante este día. La primera cita de hoy fue a las 13 horas (puntuales como todo lo taurino). En el centro del ruedo de la Plaza de Las Ventas, en Madrid, la efeméride irrepetible del 27 de mayo, pero de 1972, narra la historia del maestro Eloy Cavazos, inolvidable regiomontano, que abrió su segunda “Puerta grande” (la primera la abrió un año antes), en el añejo coso de la calle de Alcalá, por lo que al cumplirse el medio siglo de la hazaña había que celebrarlo con la más alta categoría y calidad, como sucedió.

Lo que jamás imaginé, bajo ninguna circunstancia, además de la solemne ceremonia con maravillosa entrada entre toreros, ganaderos, aficionados (bastantes mexicanos), periodistas y curiosos, fue el inesperado hecho de que el festejo concluiría con un mariachi en pleno ruedo interpretando “El rey” y “México lindo y querido”. No sé si a ustedes les pase, pero cuando escucho la segunda pieza, sobre todo, estando fuera de nuestra patria invariablemente me saca una lágrima, como ocurrió en esta ocasión, viendo al maestro Cavazos, con una sonrisa al rostro, salir una vez más en hombros por la “Puerta grande”, con una bandera de nuestro México en las manos. Por más que pregunté nadie supo contestarme si ya había pisado Cavazos este ruedo con mariachi, sobre todo si un mariachi había tocado en la arcilla. Para los efectos de esta columna aquí queda documentado como la primera emocionada y emotiva participación del mariachi en Las Ventas.

Segundo acontecimiento: apenas acabados de sentar en nuestras barreras a las 18:00 horas, nos llegó la noticia de que un juez, suspendía las actividades taurinas en la Ciudad de México, por lo menos hasta la siguiente audiencia en el mes de junio. Esto no sucedía en nuestro país desde que don Venustiano Carranza las prohibió en la segunda década del siglo XX, hace más de 100 años. Tercer y último acontecimiento: difícilmente me pierdo una corrida de toros si estoy en una periferia de 200 kilómetros, quienes me conocen saben que es una afición desmedida la que me consume y me conmueve, como dice la canción. Sin embargo, a la corrida que me refiero acudí un poco refunfuñando, desde que el matador Emilio de Justo sufrió el terrible accidente que le impidió completar su “encerrona” en San Isidro. Así, en todos los carteles en que estaba anunciada su sustitución ha levantado cejas y esta no fue la excepción.

Me explicó:

Joselito Adame estuvo genial en su presentación este año en la feria más importante del mundo y me permito asegurar que, si la espada hubiese estado mejor afilada, el antiguo récord de la última “Puerta grande” en manos de un mexicano, luego de medio siglo, hubiera sido para Adame que habría salido en hombros. Pero ese no es el punto al que me quiero referir, sino otro más complejo. No obstante, mis reparos, para esta tarde en la que se festejaba a Eloy, puedo decir que esperaba con ansia el anuncio de la sustitución del maestro De Justo y me ilusionaba pensar que podría ser Adame, realmente se la había ganado, por ello, cuando se anunció a Ángel Téllez, no me dio particular gusto.

Téllez había estado bien a secas en la presentación de Adame, con una tanda de naturales y algunos “oles” breves según recordaba. Sin embargo, qué feliz equivocada me pegué. El madrileño de 23 años nos regaó una tarde de toros esplendorosa. Será una gran figura del toreo porque esto seguirá a pesar de lo que los desconocedores pretendan hacer. La fiesta más hermosa de todas las fiestas, ahora con mariachi, seguirá con su centenaria tradición, olé y olé.

“Que me entierren en la sierra /Al pie de los magueyales / Y que me cubra esta tierra / Que es cuna de hombres cabales”, Jesús Ramírez Monge jamás imaginó que sus letras serían piel y sangre no sólo en México sino en el mundo que ahora es dueño de sus palabras. Al maestro le dejo un abrazo para la eternidad.

Hasta siempre, buen fin.

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