Quedé hambriento, quedé sediento,
La noche era oscura, traidora,
El alma extraña, silenciosa,
El alma destrozada…
Y mis manos, esposadas,
Quedé sin tabaco, sin dormir,
Tu amor no me abandonó
De entre toda la cantidad de información que puede uno recibir cuando viaja, me quedo con las palabras de mi Gemy, para variar hablo de ella y de ahora en adelante así será queridos lectores, pues el amor me lleva a posicionarla como el centro de mi vida. Sus palabras respecto a Turquía fueron: “Amor tienes que ir y peinar la zona para nuestro viaje futuro”. Y eso hice. Así que continuaré con lo que dejé iniciado la semana pasada, porque mi periplo fue una verdadera delicia. Como ya lo mencioné, para llevar a cabo este viaje recibí cientos de recomendaciones para visitar Turquía, específicamente Estambul. Recomendaciones todas valiosas, de amigos, familiares, y todo tipo de conocido habido en mi vida.
De todos aprendí, por supuesto, su mirada periférica de la realidad de Estambul fue maravilloso, un verdadero caleidoscopio de memorias, intereses y posibilidades. La cultura turca es, por mucho, lo creo, cuna de nuestra propia civilización amén otras tantas que ahora lideran el mundo. Espero en Dios que todos los que me leen tengan la fortuna de viajar a ese destino divino y lleno de magia por lo menos una vez en la vida. Cada avenida trazada entre piedra y memoria en verdad apunta la historia universal. ¿Cuántos guerreros, emperadores, sacerdotes, sabios y artistas no rondaron por esas calles?
Para iniciar con un poco de historia, sobre todo religiosa, quiero comentarles que la primera sede del cristianismo, del catolicismo, religión que profeso, no fue el Vaticano, la sede romana, sino la bellísima construcción del siglo VI después de Cristo, llamada el Hagia Sofía [nombre además de mi preciosa nieta], fundado por Constantino I. Este hermoso palacio a lo largo de los años ha sido sede de las religiones más representativas del viejo mundo. Los mismo acogió al cristianismo que ahora a la fe musulmana. Para quien escribe, respetuoso como soy de todo tipo de fe y creencia, en aras de la pluralidad y libertad de expresión, no tiene mayor relevancia la religión que profese cada quien porque, como diría el gran actor Arturo de Córdova: “no tiene la menor importancia”, valoro a las personas por sus acciones. Así, sea mezquita, catedral, templo, sinagoga o centro ceremonial, siempre me detengo a rezarle a mi Dios padre por todas y cada una de las personas que hacen de mi vida algo especial. Todos formamos parte del mismo universo, para qué andar con juegos y señalamientos.
En esa especie de meseta donde se resguarda la antigua Constantinopla y donde emergen monumentales las mezquitas y la casa, un castillo monumental del Sultán, son su biblioteca, harem, gabinetes de guerra y diplomacia, cocina para preparar más de cinco mil platillos al instante, comedor, jardines, parques, fuentes, tronos, sus propios espacios de oración y, algo que me resultó muy aleccionador, el estudio de las circuncisiones, para practicarla. Todo ese espectacular conjunto tiene las mejores vistas de la monumental ciudad y resultan quizá la esencia del pueblo turco con todas sus infinitas variantes de creencias y orígenes, muy difícil de entender para un occidental sin revisar la historia de esta maravillosa nación.
Así, fueron escasos siete días con sus respectivas noches los que brevemente pasé en la ciudad y, resaltó el breve, porque afortunadamente me aferré a sólo conocer Estambul, desoyendo los insistentes consejos de conocer Capadocia y Esmirna, pero afortunadamente sólo me quedé en Estambul y tuve la oportunidad de conocerla al máximo, aunque reconozco que da para más, para mucho más, que merece la pena dedicarle de dos a tres semanas, lo que con alegría profunda haré lo más pronto posible con mi Gemy, para entonces sí recorrer el resto del país cuando Dios nos lo permita y ordene… continuará.
Hasta siempre y buen fin