Dice Julio Iglesias que: “Entre el bautizo y el entierro, cada cual hace un camino y con sus decisiones un destino”. Qué sabiduría tan sencilla y compleja en su sutil obviedad que pocos entienden. Me resulta imposible a primera visita comprender o entender tantos siglos de infinito conocimiento ancestral de un país como Turquía. Para esta travesía por los linderos de occidente, en particular, recibí infinidad de consejos, puntos de vista, indicaciones, sugerencias y realmente confieso todo se fue dando en un mar de coincidencias… y qué coincidencia más grande puede existir si no es el amor.

“Una persona debe amar la vida que ha elegido lo suficiente como para llamarla suya al final”.
Orhan Pamuk

No soy un hombre fácil para dejarse guiar. El que lo intente debe ser un guía excepcional en todos los sentidos y aspectos principales de la vida como: en el trabajo, la familia, la educación, la cultura, las artes, o en la amistad. Para dejarme guiar debo sentir un profundo respeto y mayor admiración, y eso sucede en muy pocas ocasiones. Suelo ser yo el que encabeza las situaciones a excepción de los momentos que debo ceder, por supuesto y con humildad, el espacio a mi máximo mentor, a mi amado padre, a Dios mismo y, a partir del pasado 25 de mayo, quien me lidera en diferentes circunstancias es mi amada GEMY.

Así pues, a lo largo de mi vida terminé peleado con un par de guías de turistas que amablemente me recomendaron amigos muy apreciados, incluso antes de iniciar el viaje, lo cual en sí mismo me resultó muy divertido, pensando, por algo será. Pero, para variar, qué equivocado estaba durante este viaje y no tardé en darme cuenta en cuanto pisé tierras turcas en la inverosímil e indescriptible, incomparable y bellísima hasta el sofoco, Estambul. Para hablar de esa tierra por demás preciosa inicio resaltando en principio su lengua y escritura. Retomo una frase, por cierto, atribuida a Napoleón Bonaparte que dice: “Si la tierra fuera un solo estado, su capital sería Estambul”, francamente le asiste totalmente la razón, con el mayor respeto y admiración para tantas y tan hermosas capitales que enriquecen nuestra tierra.

Retomo la lengua y la escritura para tratar de explicarme: invariablemente cuando me subo a un taxi, aun cuando sea un país donde se hable mi lengua original, le entrego al conductor una nota claramente escrita con el nombre del hotel, el teléfono e incluso el número de reserva del lugar a donde quiero dirigirme. Esta táctica nunca falla y evita pretextos o perderse en el trayecto. En algunos casos marcan con su propio móvil pidiendo direcciones, pero hoy con la tecnología sólo se indica el destino y el propio celular te guía de forma perfecta, eficiente.

El alfabeto y la lengua turca, que no árabe, (luego detallaré la legendaria y dolorosa diferencia), lleva, se me enseñó, una serie de tildes y acentos por debajo de algunas letras del alfabeto que, si son mal utilizadas, pueden cambiar totalmente su sentido u orientación, obviamente, por ello, cuando le entregué la hoja al conductor turco, con la supuesta información de mi destino, difícilmente lo entendió. Aquí deseo precisar que era un señor al que le calculé unos 70 años, con una cara muy seria surcada de grandes arrugas al que sólo le faltaba un turbante; y en lugar de conducir un taxi, podría haber llevado un camello. Sin embargo, solo asintió de forma gentil (con una exquisita cortesía turca), conduciendo como “alma que lleva el diablo”, después de hablarle a su teléfono en palabras totalmente indescriptibles.

Durante el camino al hotel sobre la carretera perfecta de ese primer mundo, caí en cuenta de la clara realidad entre la lengua, la orografía, ortografía y un largo etcétera de dudas. Luego de eso me dije socarronamente obviamente vas a necesitar un guía, desarmando mi tradicional necedad, que afortunadamente para estos casos, siempre guardo, por si acaso, el plan b, c y d. Así que pensé en Churu, la amiga más que profesional en viajes de mi GEMY, y que es por mucho una de las grandes organizadoras para este tipo de excursiones, que tiene los mejores contactos por todos lados: eficientes, puntuales y honestos.

Su apoyo, en tierras turcas, y lo resalto con gran admiración, francamente resultó el mejor, por mucho, además de que el responsable de la agencia es un atento mexicano. Los dos guías que me atendieron, los inolvidables turcos “puros y finos”, Gumali (enamorado de una china de Shanghái, previo a una colombiana que le enseñó hablar español) y Murat (felizmente soltero, según él), ambos ya mis grandes compadres de la región, resultaron maravillosos. Me regreso brevemente a mi arribo, porque tanto el aeropuerto como la aerolínea del país, merecen toda una explicación aparte, además del trato del señor Embajador de México, José Luis Martínez, y un excepcional empresario turco con el que me presentó.

Concluyo la presente entrega que continuará la próxima semana, porque para variar, mi desbordado entusiasmo y felicidad no tolera los límites y necesito de más espacio. De Turquía sólo diré que: las “almas similares vagan por los mismos lugare y puede que no se conozcan, pero a menudo tocan los mismos vientos, pisan las mismas hojas, sus miradas se pierden en los mismos horizontes”, gracias poeta Mehmet Murat ildan por tus palabras.

Hasta siempre, buen fin.

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