Podría seguir escribiendo hasta la eternidad sobre Turquía aun cuando sólo conocí una mínima parte de ese maravilloso país. No pretendo, no soy un agente de viajes, ni mucho menos de promoción, para que se le visite y se le conozca a dicho país, aunque realmente estoy a punto de regresar este año que afortunadamente aún no finaliza. Y lo recalco, este 2022 encontré al amor de mi vida que, curiosamente, estaba en mi corazón desde hace más de medio siglo.

No puedo concluir esta semblanza de cuatro entregas sin precisar, y me quedaré irremediablemente corto, dos aspectos más que resultan trascendentales de Turquía: la comida y el bazar. Lamento si es muy simplista mi descripción que además se acompañará de lo más elemental de esa bendita tierra y, aclaro, que me faltan elementos explicativos y capacidad de descripción, lo confieso sin el menor rubor, particularmente por el título reiterado, La exquisita cortesía turca.

Iniciemos por la comida para alimentar la narración y particularmente el espíritu. A estas alturas de mi travesía sexagenaria estaba a punto de dejar de alimentarme entre el enamoramiento milagroso y la ausencia nostálgica por nuestra tradición culinaria, hasta que llegué a Estambul para reencontrarme con los cortes de res, borrego, pollo y cerdo envueltos en algo que para los locales es pan y para nosotros los norteños es simplemente una tortilla de harina tan deliciosa como la de cualquier restaurante del maravilloso norte de nuestro irrepetible país.

Este suculento platillo además va adicionado con sal, picantes verduras, arroces y frijoles casi refritos con algo muy parecido al guacamole y chiles de distintas especies, que me regresaron inmediatamente a los sabores de nuestra tierra después de semanas de ostracismo culinario que no de sombras como la teología moralmente inaceptable de Las 50 sombras de Grey. Sobre esto tengo una nota: sin menoscabo de la literatura insulsa pero entretenida que son las novelas cursis americanas, aunque a veces infantiles y limitadas para estos tiempos, o digamos para mi generación, vaya que resultan risibles sobre todo cuando ante el parámetro latino pecan de inocentes. Además, qué podría enseñarle una de estas obras a un hombre enamorado como quien esto escribe. Encontrar un romance, descubrir el amor sólo aquellos que aún sueñan con la felicidad como destino. Pero cierto, la cocina turca es propia de los dioses. Ahora que lo pienso, me descubrieron, vi las tres o cuatro películas de Grey, con la pena y risa.

Ahora me voy a la parte comercial donde descubro el famoso arte de la negociación en el tradicional, clásico y reverenciado bazar. Resulté totalmente avasallado, apantallado con lo esplendoroso y la espectacular escenografía pura del clásico y ancestral regateo, destreza en la que finalmente creo haber salido cuando menos empatado, aunque sí confieso un cierto sabor de derrota.

Antes de entrar al bazar en sí, accedí por una avenida tan hermosa como la 5ta de Nueva York o la Montaigne de París, aunque más bella y sutil como la Avenida Alvear, que añoro, de Buenos Aires. Ahí le compré una emblemática pero sencilla alhaja a mi hoy prometida GEMY en la maravillosa y apabullante tienda de alfombras, joyería en la que podría haber dejado la fortuna que evidente y obviamente no tengo, en la antesala del increíble conjunto de tiendas que componen el referido bazar. Que es el referente universal del comercio que intenta repetirse en cualquier metrópoli sin lograr esa mágica y mística interpretación. El bazar es un espacio inmenso e incomparable con cualquier otro del mundo. Aquí, puedo decir que siento haber salido victorioso con los precios obtenidos al comprar algunas piezas de finísima piel, abrigos que me hicieron sentir realizado y feliz. No cualquiera se enfrenta en combate con un vendedor turco… hay siglos de experiencia… sólo que en su momento también fui comerciante así que el tiro fue derecho, limpio y sin sangrar.

Antes de concluir, como corolario del subliminal viaje, quiero referirme al reiterado título de estas cuatro entregas. Sí, y resalto el sí, Turquía y Estambul son incomparables, no existen en mi limitado conocimiento del planeta otras regiones con cuales compararlas. Decir que es una zona de independencia e integridad es apenas un sofisma que les podría poéticamente adjudicar. Sin embargo, de los turcos me llevo su exquisita cortesía… este aprendiz de Marco Polo regresare pronto pues debo aún aprender más del mundo, de Turquía, de su gente, cultura y memoria. Porque es un pueblo bendito como bendita es mi tierra.

Añoranzas:

Y como estas son cartas de amor me despido con estos versos:

He aprendido algunas cosas de haber vivido tanto:

Si estás vivo, experimenta una esencia con toda su energía

Que tu amada quede extenuada de tanto ser besada

Y tú debes caer rendido después de oler una flor

Ataol Behramoğlu

Hasta siempre, buen fin.

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