“Silverio cuando toreas,
no cambio por un trono,
mi barrera de sol”.
AGUSTÍN LARA
El himno patriótico nacional resonó de manera impactante con todas sus estrofas el 5 de febrero de este 2024, en el corazón del coso de Insurgentes, donde se encuentra enclavada la Plaza de Toros más grande del mundo. Las 40 mil almas que se dieron cita en esa fecha entonamos realmente emocionadas, hasta las lágrimas, las letras y la música de los célebres maestros don Francisco González Bocanegra y don Jaime Nunó Roca, para celebrar el 78º aniversario de la Monumental Plaza México.
No es imposible comprender por qué los constructores y empresarios optaron por llevar a cabo la memorable inauguración del coso en el día de la declaración de la Constitución Mexicana en 1946, qué mejor fecha. Aquel cartel de inicio de la odisea fue de la más alta distinción donde desfilaron los matadores Luis Castro “El Soldado”, Manuel Rodríguez “Manolete” y Luis Procuna, con toros de la ganadería de San Mateo. Lo que nunca podrían haber imaginado es que más de tres cuartos de siglo después, la reapertura de la Plaza se convertiría en un coro de profunda aclamación por la libertad cultural y artística de México.
El 5 de febrero, con un lleno hasta el reloj, luego de la salida de los alternantes Pablo Hermoso de Mendoza, Ernesto Javier “Calita” y Arturo Gilio II, se desplegó un gigantesco lábaro patrio que ocupó completamente el ruedo. Los bravos integrantes de la banda musical del Heroico Colegio Militar interpretaron nuestro himno nacional que todos los asistentes entonamos francamente felices.
Citando al imperdible cronista taurino español Don Zabala de la Serna, quien publica en el diario Ibérico “El Mundo”, lo que a continuación narraré
es a vuela pluma de alguien que solo recuerda la emoción de las cosas más que los hitos y que huye de clasificaciones. Ahí les van algunos entrañables recuerdos, queridas amigas y apreciados amigos.
Repasando la crestomatía de las barreras a lo largo de estos años, desde la inauguración de la Plaza, quizás la fotografía más emblemática y repetida en innumerables ocasiones es aquella en la que posan los artistas de la época de oro del cine mexicano, con el máximo glamour tanto nacional como internacional, conocidos como doña María Félix y don Agustín Lara. Esa imagen en blanco y negro captura una estampa luminosa de las leyendas que siempre han enriquecido con su presencia la Monumental. Por cierto, hay ciertas cosas y momentos que merecen ser grabados en la memoria del escribiente, como la primera vez que asistí a una corrida en “La México” en compañía de mi adorado papá, un ferviente “Martinizta”. Esto ocurrió el 28 de mayo de 1989, con un cartel místico por legendario con Manolo Martínez, David Silveti y Miguel Espinoza “Armillita”, los tres ya en la gloria de mi Dios padre, tres figuras del toreo inigualables.
A propósito de don Manuel Martínez Ancira (1946-1996), más conocido mundialmente como Manolo Martínez, fue sin duda el torero más destacado en “La México”, con 91 corridas en su haber, durante las cuales cortó 10 rabos y 81 orejas, además de 2 patas y haber indultado tres toros como ganadero. Sobre este último "MANDON" mexicano, se recomienda encarecidamente la ilustre biografía que detalla su increíble vida, magistralmente escrita por el historiador don Guillermo H. Cantu. El título de la obra lleva el nombre del matador, y como sugerente subtítulo añade: ”Un demonio de pasión”.
Podría seguir narrando innumerables historias maravillosas que he vivido a lo largo de los últimos 35 años, donde he tenido la enorme fortuna de asistir a tardes que calculo superan los 300 festejos. He tenido el privilegio de disfrutar de las máximas figuras de la tauromaquia universal, como las mencionadas líneas arriba, en una lista precisa a la que añado solo algunos nombres más antes de concluir esta entrega. Entre los toreros, desplegados de manera totalmente aleatoria, porque todos son mis héroes sin excepción, aunque no están todos los que quisiera, aclarando que no me alcanzaría el periódico entero para enumerarlos, se encuentran: Curro Rivera, Jesulín de
Ubrique, Mariano Ramos, César Rincón, Eloy Cavazos, El Capea, Jorge Gutiérrez, El Juli, Manuel Caballero, Enrique Ponce, José Tomás, Zotoluco, Talavante, Manzanares (tanto padre como hijo), Miguel Ángel Perera, Rafael Ortega, Morante, Fernando Ochoa, Joselito (tanto el español como el mexicano), Arturo Macías, El Payo, Andrés “Roca” Rey, así como las figuras emergentes mexicanas como Diego, Zaldívar, Valadez, Luis David, y para de alguna forma completar el elenco, Isaac Fonseca, quien recientemente realizó por primera vez un brindis a viva voz, por demás elogiable e histórico, el pasado día 4 de febrero, cuando confirmó su alternativa de manos del galo francés Sebastián Castella, máxima figura de talla mundial.
Finalizo con algunos datos del entrañable inmueble y un par de anécdotas muy personales. La capacidad del máximo coso taurino es de 41,262 lugares asignados y distribuidos entre las barreras, el primer y segundo tendido, los palcos, los balcones y las lumbreras. Sin embargo, resulta imposible calcular exactamente cuánta afición cabe en la entrada general. Podemos asegurar que entre los asistentes y los amables y atentos meseros y despachadores, ese largo ejército de eficientes servidores, en días de llenos espectaculares, la asistencia ha llegado tranquilamente a cerca de 50 mil personas ilusionadas.
Concluyo con dos anécdotas vividas en ese precioso espacio. La primera ocurrió en el año 2001, cuando pude asistir por primera vez con mis amados hijos: David Alonso, con apenas 8 años y ahora médico, Miguel Ángel, con 16 años y gran humanista, y Carlos Francisco, con 22 años y mi arquitecto referente. La segunda anécdota tuvo lugar este irrepetible 5 de febrero de 2024. Tomados de la mano, mi idolatrada GEMY y yo pudimos entonar sonriendo, felices y llorando: ¡Y retiemble en sus centros la tierra, al sonoro rugir del cañón!
Y digo… en el corazón ardiente de la tradición y la pasión, se erige la tauromaquia como un monumento vivo a la valentía, el arte y la conexión ancestral entre el hombre y la bestia. En cada plaza, bajo el sol abrasador o el manto de estrellas, se despliega un espectáculo único donde el torero desafía al toro, y ambos se encuentran en un baile eterno de vida y muerte. Es en este escenario sagrado donde la emoción alcanza su máxima expresión, donde la bravura y el temple se entrelazan en un abrazo inolvidable, y donde la grandeza de la naturaleza se encuentra con la destreza del hombre.
Hasta siempre, buen fin