“La arena estaba de bote en bote, la gente loca de la emoción”.

LA SONORA SANTANERA

Desde que vi a El Santo (Los Dones I) −que se quitó la máscara dando a conocer su identidad frente a un sorprendido Don Jacobo Zabludovsky y su inmenso auditorio televisivo− el mejor luchador en la historia de México, por primera vez en el Auditorio Municipal de mi tierra, mi vida cambió totalmente al ver en vivo y en directo sobre un cuadrilátero, a quien en su existencia terrenal llevó el nombre desconocido de Don Rodolfo Guzmán Huerta (Tulancingo, 23 de septiembre de 1917-CDMX, 05 de febrero de 1984).

Debo haber tenido unos 10 u 11 años según recuerdo, lo que jamás olvidaré fue que vi todas sus películas sin excepción, en el antiguo y desaparecido Cine Roble de mi amada Tijuana, Baja California, a principios de la década de los setenta del siglo pasado, invariablemente acompañado de “Blue Demon” y “Mil Máscaras”. Eran realmente mis ídolos y nunca creí tener ídolos.

Por cierto, queridas amigas, apreciados amigos, distinguidos lectores, ahora que acabo de ver la cinta Cassandro con el excepcional histrión mexicano Gael García Bernal (Guadalajara, Jalisco, 30 de noviembre de 1978) no pude contener las lágrimas por infinidad de razones. Ahí, el genial actor mexicano despliega su incomparable arte, inspirando su personaje en la premiada y laureada actuación de un maravilloso

estadounidense de nombre Don Michael Douglas (Nuevo Brunswick, Nueva Jersey, 25 de septiembre de 1944) cuando interpreta magistralmente al legendario pianista Liberace (Allis, Wisconsin, 16 de mayo de 1919-Palm Springs, California, 04 de febrero de 1987) al que alguna vez mis generosos padres me llevaron a escuchar en Las Vegas, con menos de 20 años. Fue un espectáculo realmente místico como mágico.

Hace muchos, muchísimos años que dejé mi afición por la lucha libre, pero mi respeto y admiración por sus fosforescentes participantes sigue aún vigente y más ahora que acabo de ver al increíble Gael, que actúa realmente humanizando a su personaje de una forma grandiosa.

No les voy a narrar la cinta para que se den el tiempo de verla. Francamente, merece la pena en todos los sentidos, solo precisaré que los primeros 30 minutos parecen desenvolverse de forma un tanto torpe, incluso simple y hasta aburridos, sin embargo al minuto 31 y hasta el final de la hora con 47, que dura la película, la transformación del protagonista jalisciense deja una huella profunda, poderosa e intangible, aún para quien no sea aficionado, pero que se precie de ser buen padre, madre o hijo, sin dejar de lado la amistad cálida, entregada sinceramente con el corazón.

Antes de terminar solo deseo enfatizar la conmovedora actuación del hijo de El Santo que, para concluir, nos regaló literalmente un final de película, no se la pueden perder, háganse el favor, estoy plenamente convencido de que la disfrutarán totalmente.

Hasta siempre, buen fin.

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