He escuchado cientos de anécdotas y miles de leyendas he leído al respecto del “Camino de Santiago”; cada historia tiene su propio peso y destino. Esta no es la primera vez que escribo de un santo, de un hombre bíblico, de un representante directo de Dios en la tierra, lo hice por primera ocasión hace cinco años cuando narré la vida de San Fermín de Amiens (“Los Dones II”, capítulo dedicado a “Los religiosos”). Soy hijo de las escuelas maristas y de los colegios de monjas, mis abuelas y bisabuelas (mujeres santas por derecho propio), me inculcaron desde mis primeros pensamientos la religión católica, apostólica y romana.

“Caminante no hay Camino, se hace Camino al andar”.

Antonio Machado

Sin embargo, en cuanto salí al mundo como un niño, luego joven y hombre pensante, inicié con las dudas, los cuestionamientos, las interrogantes y, sobre todo a preguntar el porqué de la religión. Mis cuestionamientos todos se concentraron en una sencilla respuesta que, a mis sesenta años sigo recordando: la religión es un “dogma”, una doctrina de Fe porque no tiene fundamento científico ni racional. Hoy entiendo que al hombre lo mueve la Fe… es verdad. Mientras escribo esto reinicio la lectura de “El evangelio según Jesucristo”, del Nobel de Literatura y excomulgado, José Saramago, nada me ayudará más a escribir sobre el apóstol Santiago que esta lectura.

Todo en lo que creemos los católicos está basado en la Fe, particularmente la resurrección en la que conjeturo fehacientemente. Por eso he decidido escribir sobre este tema desde el punto de vista de la Fe que se explaya en su máximo esplendor al iniciar el camino hacia “Santiago de Compostela”, muy distinto “al camino de…”. No conozco a nadie que no quiera llevar a cabo el recorrido. Todos tienen la respuesta invariable que es: algún día lo haré, cuando cumpla cincuenta, sesenta, setenta y un largo etcétera de múltiplos. Me queda claro que no todos tendrán esa fortura. Inicié mi propio camino hace algunos años, cuestionando e interrogando a tantos queridos familiares, amigas y amigos que me antecedieron en la travesía para tratar de identificar el propósito, la meta, el destino y sobre todo esto, la más repetida y mayor duda era para qué, ante mi Dios Padre.

Durante la búsqueda de información sobre la vida, obra y milagros del apóstol Santiago (me peleo con el teclado porque pone milagros en mayúscula, es una señal divina, creo), lo más destacado que encuentro fue su convicción total sostenida por la Fe hacia Dios, inclusive frente a su muerte por decapitación. Supongo que, como todo ser humano, podría haber estado lleno de dudas, pero siento que éstas se disiparon cuando se le apareció la Virgen María, en carne y hueso, en Zaragoza, antes llamada Caesaraugusta. Esa aparición y feliz encuentro hizo que el apóstol atravesara el mundo conocido hasta entonces, desplazándose penosa y duramente a Galicia para llevar su creencia y su Fe. ¿Qué otra forma existe para que un hombre demuestre profundamente la esencia de su espíritu y realización?

El camino hacia “Santiago de Compostela” es, por demás, una ruta personal que surge internamente en cada ser humano que tiene Fe en su corazón, en su alma, en su mente. Desde mi muy limitado conocimiento sobre la sociología, pero que baso en mi monumental Fe que dicta: “la mujer y el hombre nacen intrínsecamente buenos”, para intentar hacer el bien, con el solo propósito fundamental de ponderar su Fe en la esperanza y en la caridad. No obstante, no deseo generar ninguna controversia, aunque me ilusiona siempre el debate y sobre todo ser leído o criticado, pero vamos regresando al fundamento del escrito que es mi propio “Camino hacia Santiago de Compostela”.

Ahí les va, escribió Epitecto que: “Todas las religiones deben ser toleradas, porque todos los hombres deben llegar al cielo bajo sus propias condiciones”… espero que hayan entendido, queridas amigas apreciados amigos.

Pocos días antes de iniciar mi propio camino estuve rodeado de la más profunda Fe. Primero, tuve el enorme privilegio de comer con mi guía espiritual al que amo profundamente, por el que todos los días rezo: Monseñor Salvador Cisneros, el mejor formador de sacerdotes en el mundo, el más querido y respetado. Por otra parte, también pude reunirme con el padre jesuita, Don David Ungerleider, que me iluminó con su bendición y consejos. Por último, y para cerrar este vínculo trinitario, antes de partir me llegó una nueva encomienda que abrazo con un gran cariño y seriedad de la mano del sacerdote haitiano Don Weber Meriland, designado por el señor arzobispo de la Arquidiócesis de Tijuana, Monseñor Don Francisco Moreno Barrón, como director de la Comisión de Migrantes de nuestra comunidad, con el que nos pondremos a trabajar en la segunda mitad del año que corre, para apoyarlo en su apostolado.

Para concluir esta primera parte, les comparto un hermoso gesto del “Comendadore” Don Camilo Magoni, un hombre extraordinario y espléndido que me entregó en las manos el libro que me guió en mi camino en la búsqueda de mi renovada Fe, luego de darme los últimos alientos y un fuerte abrazo que me mandó con una gran ilusión al saberme rodeado de tan grandes amigos. Continuará…

Hasta siempre, buen fin.

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