Al arranque del sexto mes del año en curso, me correspondió por edad el privilegio de recibir la vacuna contra el Covid-19 en Tijuana, mi amada ciudad. Cuando llegué a las instalaciones de la única preparatoria federal de nuestro país, “Lázaro Cárdenas”, me sorprendió la organización, la tranquilidad y la atención recibida desde el acceso, desde el primer momento.
Trataré de explicar mi sentir que afloró en los momentos previos al ejercicio de vacunación: una especie de serenidad y de profunda gratitud por tener la oportunidad de llegar a este instante. Que afortunadamente comparto con toda mi familia, mis amigos y con millones de compatriotas. Pero, al mismo tiempo, tuve un sentimiento de tristeza por tantos amigos, conocidos y familiares que se despidieron de la vida, desde el terrible arranque de la pandemia en 2020.
La ejemplar jornada de vacunación fue encabezada y conducida por una excepcional servidora pública, a la que tengo el honor de conocer desde hace más de una década. Tal orden, perfección y organización se debía a las generosas y eficientes manos de mi querida y admirada amiga doña María del Rosario “Charo” Lozano Romero, funcionaria de la Secretaría de Salud del Gobierno del Estado.
Abogada por la Universidad Nacional Autónoma de México, con Diplomado Binacional sobre Adicciones y Diplomado en Salud Pública, ambos por la Universidad de California en San Diego; y un Diplomado más, por cierto, en Derechos Humanos y Migración. Considero que este último fue el que nos hermanó y nos convirtió en familia cuando tuve el alto honor de conocerla y empezar a trabajar a su lado y bajo su guía.
Ella fue, de facto, la primera funcionaria pública en entrar, físicamente y de lleno, a la canalización de la Zona Río de nuestra ciudad, donde fue bautizada como la “Reina del Canal”, por su trabajo incansable. Espacio fronterizo donde, durante años, de forma por demás violenta e insalubre, vivieron y convivieron miles de seres humanos de forma dolorosa, infecciosa y vergonzosa para cualquier nivel de autoridad y cualquier orden de gobierno. Adictos, consumidores, distribuidores y, por supuesto, también inocentes sufrieron por la incompetencia en su más amplia expresión de los gobiernos de aquellos tiempos, que hasta la fecha continúan fallando en su labor contra de las drogas.
Ahí la conocí, entre las canaletas, ahí la fui a buscar como presidente del Consejo Estatal de Atención al Migrante de Baja California, para que bajo su liderazgo y fortaleza buscáramos y encontráramos una solución definitiva para resolver la vida, de forma permanente, de los miles de desgraciados habitantes del canal, en la entrada de la Puerta Internacional hacia nuestra tierra y frente a los ojos del mundo. En ese tiempo, y no temo decirlo como ocurre de nuevo, a los tijuanenses nos daba pena y vergüenza ver aquellas escenas que eran la primera estampa de México.
En aquellos años, acabábamos de lograr que el Congreso Estatal de Baja California aprobara la Ley de Protección al Migrante y, con esto, la creación de la Dirección Municipal de Atención al Migrante que ella heroicamente encabezó los primeros años de forma por demás excepcional.
En menos de un año, en 2015, gracias a su guía y puntual voluntad se salvaron más de 2 mil vidas que, de forma infrahumana, trataban de sobrevivir en las situaciones antes descritas. Esa acción y política de gobierno se gestó y fue celebrada gracias al apoyo sin parangón del entonces Presidente Municipal del Ayuntamiento de Tijuana, Jorge Astiazarán Orcí, además de la ayuda incuestionable del Delegado Federal de Migración, Rodulfo Figueroa Pacheco, todo encabezado por doña Charo, con la humilde participación de nuestro Consejo.
La doctora, vale mencionarlo, es una experta en temas de salud pública, migración, población en alto riesgo y una larga lista de tareas que, por su afinado y excelso perfil, domina a la perfección. Ella por sí sola es garante del éxito y manejo de los éxodos que anualmente llegan hasta la ciudad fronteriza.
Merece la pena destacar dos grandes ejemplos del fenómeno migrante que, a la distancia parecen resueltos. El primero fue el contingente de más de 25 mil haitianos, hermanas y hermanos migrantes, que llegaron a nuestra frontera en el cuarto lustro de este siglo y que fueron canalizados con pleno orden hacia el vecino país. El segundo episodio, más violento, provocador y agresivo, es el de las caravanas de sudamericanos que hasta la fecha marchan a la frontera norte, todo en el marco del arranque de la actual administración federal, motivados e incentivados por obscuros intereses, difíciles de identificar. No obstante, en todos esos eventos, doña Charo, estuvo y estará presente con su encanto y distinción, con su trato generoso, con su risa enternecedora.
Desde su natal Naucalpan, Estado de México, donde vio la primera luz en febrero de 1964, llegó con el siglo a su nueva patria, a esta bendita Baja California, a esta amada Tijuana, que tanto le agradece y que tanto le debe.
Madre de Adriel Lariza de 28 años y de Mariana Arely, dos jóvenes inmaculados; “Charo” es la única mujer de los nueve hijos que procrearon sus padres, don Mariano Lozada Cortez y doña Matilde Romero Tovar, que todos los días la bendicen desde el cielo. Es de suyo, de facto y de echo doña Rosario “Chayo” Lozada, la madre de miles y miles de paisanos a los que les ha salvado la vida, a los que les ha dado una vida. Que el creador del universo proteja a este maravilloso ser humano que tanta bondad ha derramado en su santo nombre.
“A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar del sufrimiento, pero el mar sería menos si le faltara esa gota”, palabras de la madre Teresa de Calcuta que bien ejemplifica la labor de esta gran mujer para quien son estas palabras, a quien tanto quiero y admiro.