Carlos Matute

Lo estatal, lo público y lo privado

25/12/2020 |02:24
Redacción El Universal
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El Estado es la estructura formal de poder que impone un orden en un territorio determinado con el propósito de que haya respeto a los derechos de las personas como la vida y la libertad y una unidad de acción colectiva. Es identificable con los órganos que ejercen el monopolio de la fuerza legítima con base en el derecho.

Lo público es aquello que interesa y/o afecta a la vida comunitaria vinculado con el ejercicio de la autoridad y la existencia de un orden que permiten la convivencia armónica.

Lo privado es el espacio propio de la libertad de las personas y el derecho a la intimidad que privilegia la competencia económica y social entre los individuos para el desarrollo de su personalidad y que parte de la exclusión de los demás en el goce y disfrute de lo que es propio.

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Estas tres esferas se combinan en un momento histórico determinado y sus relaciones son dinámicas y, por lo tanto, en transformación permanente. Las ideologías son modelos racionales que combinan estas esferas asumiendo compromisos con una figura abstracta (pueblo, sociedad civil, trabajador, individuo, raza o género), valores y cosmovisiones compartidas por un grupo organizado para obtener el control de lo estatal.

En las sociedades democráticas y plurales lo público, que es el espacio compartido, impera sobre lo estatal y lo privado. El rumbo colectivo se debate ampliamente para que prevalezca la voluntad mayoritaria con respeto a los derechos de las personas, especialmente quienes son parte de grupos no favorecidos por las circunstancias o las minorías.

En las sociedades autoritarias e intolerantes, la burocracia y los partidos políticos, la llamada clase política, o el capital y el mercado, la denominada plutocracia, son quienes imponen las reglas unilateralmente. La acumulación de poder en los órganos estatales sin límites políticos efectivos o de riqueza en los agentes económicos privados sin control público, son el origen de la desigualdad social y la corrupción.

En los años noventa, los neoliberales festejaban la caída del Muro de Berlín como símbolo de la derrota del modelo burocrático y proclamaban la muerte de las ideologías. En tiempos recientes, los populistas de derecha o izquierda anuncian el fracaso de la democracia representativa y pregonan el advenimiento de un mundo nuevo fantástico fundado en la fuerza de las palabras y promesas ilusorias para acrecentar el poder de los salvadores del pueblo, la raza o la religión.

Ambas propuestas son equivocadas e históricamente han conducido al aumento de la pobreza y la profundización de la desigualdad social. La confrontación del estatismo con el libre mercado, sustento ideológico de la guerra fría, no produjeron, en ninguno de los bandos, sociedades más justas y democráticas.

La apuesta por lo público, que implica restarle fuerza a lo estatal y limitar/conducir la supuesta mano invisible del mercado, los excesos de los intereses privados, es más efectiva en el largo plazo, pero necesariamente gradual, sostenida en el trabajo, la cultura del esfuerzo y la confianza ciudadana.

Con el 2021 en el horizonte, el panorama es desalentador cuando un gobierno, que magnifica su triunfo mayoritario en las urnas, privilegia lo estatal y la concentración del poder en las burocracias tradicionales para fortalecer el presidencialismo autoritario del siglo pasado.

La desaparición de los fideicomisos públicos no entidad, que era un arreglo institucional para que el gobierno y los beneficiarios de estos como son los deportistas, artistas y científicos, debatieran en destino de los recursos, produce el regreso de la toma de decisiones a los espacios cerrados del poder en torno al Palacio Nacional.

Esto sólo es una muestra del proceso estatizante, que por cierto deja intactos los espacios de privilegio a los grandes concesionarios federales, en el que lo público ya no es de la colectividad, sino de una burocracia ideologizada al servicio de un proyecto político excluyente que integró una alianza que es un conglomerado amorfo de activistas, militantes de partidos de izquierda, resentidos con los gobiernos anteriores y oportunistas.

En oposición a ese proceso, se conformó una alianza en la que sus dirigentes cargan la lápida de la corrupción de los gobiernos anteriores, el amasiato con los intereses económicos y la insuficiencia en el combate a la pobreza por la tolerancia al crimen y al desorden en la vida comunitaria.

En este contexto, lo estatal crece y, paradójicamente, los intereses de los grandes grupos privados se enquistan en una sumisión aparente al poder a cambio de contratos y privilegios. Lo público y la participación ciudadana libre no mediatizada por la estructura gubernamental o el financiamiento de los capitales privados se reducen.

También, 2021 se presenta como una oportunidad para abrir el espacio de lo público y debilitar el proceso estatizante. Las instituciones políticas existen para defender la democracia pluralista y evitar el retorno a la democracia dirigida desde los círculos del poder. Vale.

Socio director de Sideris, Consultoría Legal
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