¿Qué es una elección democrática? Es aquella en la que participan los ciudadanos con libertad, en condiciones de equidad, con autoridades independientes que cuentan los votos y un ambiente de debate abierto, crítico y tolerante para tomar las principales decisiones colectivas como la designación de sus gobernantes y representantes que limiten a los primeros.

Las elecciones democráticas son la expresión más civilizada de la humanidad para la integración del poder político y son una condición indispensable, no suficiente, para lograr el desarrollo sostenible e incluyente en las sociedades. En ese sentido, son el ambiente para superar los rezagos y mitigar las desigualdades que se generan en las sociedades civiles integradas por individuos que compiten por los recursos económicos y el reconocimiento social.

Las elecciones democráticas son la garantía de que es posible lograr igualdad de condiciones a los integrantes de una sociedad para que, con base en el esfuerzo, el mérito y la solidaridad, accedan al bienestar personal y colectivo que el trabajo, el capital y el conocimiento producen en un país.

Las elecciones democráticas generan mayorías y minorías coyunturales que con la confrontación permanente de las ideas, expresadas sistemáticamente en organizaciones políticas, como los partidos y las asociaciones, compiten por el control de los órganos de gobierno y representación del Estado para el ejercicio responsable y tolerante del poder, en razón a que saben que la alternancia es factible y deseable en las sociedades plurales.

Las elecciones democráticas fortalecen la vida institucional en la medida que los individuos, especialmente los políticos, se hacen conscientes que la dirección de las organizaciones públicas es temporal, que los proyectos de futuro se construyen colectivamente sin caudillismos, ni estridencias y que las investiduras públicas se honran con el ejercicio cabal de las funciones que el orden constitucional. Esto último es el sustento de la división de poderes y el federalismo como un sistema de pesos y contrapesos que permite hacer efectivo del derecho humano a que el poder político no se concentre en una persona o un grupo.

Las elecciones democráticas están en riesgo con lo que vivimos esta semana en medio del ambiente del mundial de futbol. A la decepción que provocó la confirmación colectiva que la selección mexicana que acudió a Qatar 2022 no estaba a la altura de sus antecesoras, ni era lo suficientemente competitiva para avanzar en la contienda deportiva, se agregó la preocupación de presenciar un comportamiento gubernamental antidemocrático en una proporción desconocida en medio siglo.

Las elecciones democráticas se están quedando sin materia, ya que no pueden existir en un ambiente político en el que el debate crítico abierto se sustituye por la impúdica obediencia a la línea de poder marcada desde el Palacio Nacional. Es ignominiosa la aprobación de una reforma a la legislación secundaria en materia electoral en menos de 15 horas sin dictaminación en comisiones y con dispensas de primera y segunda lectura al borde de la legalidad o en franca violación al derecho parlamentario. Esto último lo decidirán los jueces.

No hubo debate informado para la aprobación del Plan B en materia electoral del presidente y una vez que su propuesta de reforma constitucional no pasó, decidió demostrar que los diputados están subordinados a su voluntad y que no representan a nadie más que al poder ejecutivo que los promovió para el cargo de elección popular que hoy ocupan.

Las elecciones democráticas pueden desaparecer como tales cuando se precariza a las autoridades que organizan los comicios, se eliminan las sanciones verdaderas como la cancelación de las candidaturas a quienes violan el orden jurídico que garantiza la equidad entre los contendientes y se castiga a quienes calumnian a los gobiernos en su propaganda política. La equidad electoral se afecta cuando los actos de precampaña de los servidores públicos en funciones se toleran y se les permite promover su imagen personal.

La sumisión de la mayoría de la Cámara de Diputados sin el respeto de ninguna formalidad constitucional, legal y política muestra que las elecciones democráticas son un estorbo para un gobierno que pretende perpetuarse en el poder para imponer su proyecto. Independientemente del contenido de la reforma a las leyes electorales secundarias, que pretende poner un escenario a modo de los candidatos oficiales, el proceso de aprobación en si mismo es un desprecio a la democracia y al derecho de las minorías de participar, en proporción a su fuerza, en la toma de decisiones.

La eliminación de la posibilidad real de alternancia en el ejercicio del poder pasa por la negación del debate abierto crítico e informado. Lo sucedido esta semana es un paso más en ese camino.

Las elecciones democráticas por si solas no superan las desigualdades sociales, pero si establecen las bases para que haya un desarrollo sustentable e incluyente. Sin ellas, las estructuras de la explotación, la marginación y la pobreza se fortalecen.

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Investigador del Instituto Mexicano de Estudios
Estratégicos de Seguridad y Defensa Nacionales
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