El Domingo de Ramos pasado se realizó una elección federal no representativa. El gobierno federal movilizó a sus aliados políticos y grupos sociales afines, aquellos que ganan o pierden por unirse o no a las demostraciones de fuerza del presidente y logró cerca de 17 millones de votos a favor del no a la revocación de mandato. En realidad, fue un ejercicio ratificatorio tal y como se concibió desde sus orígenes.

El lunes las posturas fueron claramente dividas en dos: quienes aclamaron el resultado como un éxito de la democracia participativa y un indudable mandato para que se continúe con la línea de gobierno sin que haya ninguna corrección del rumbo y aquellos que denunciaron que era un ejercicio autoritario disfrazado de democracia participativa y una muestra de las violaciones a la ley electoral que se pudieran esperar en 2024.

El gobierno echó “toda la carne al asador” en una estrategia de movilización política permanente que ha logrado mantener la popularidad del presidente arriba del 60 %de la aprobación a pesar de los malos resultados de gestión, las rectificaciones obligadas por las circunstancias (como la sustitución del INSABI por IMSS Bienestar en la misión de atender a la población no asegurada), así como el aumento de la pobreza, la creciente inseguridad, la baja inversión y el decreciente optimismo del consumidor sobre el futuro de la economía.

A nadie extraña que lo importante para el gobierno sea que AMLO pase a la historia como el mejor presidente de los últimos 80 años y el resto es secundario o preocupaciones de una clase media arribista o traiciones de un grupo conservador que asecha a la autollamada 4T para descarrilarla. Este objetivo exige una movilización política permanente que mantenga en el centro del debate público a la personalidad del “vocero del pueblo”, quien desde el púlpito de Palacio Nacional, en la mañanera, criba a los traidores de los patriotas y elige quien está de su lado “correcto” de la historia.

Sin embargo, la narrativa política suele ser insuficiente en sociedades pluralistas con instituciones ciudadanas fuertes para convencer a un electorado que exige resultados a un gobierno en el momento de someterlo a procesos de integración como sucederá en 2024 con las elecciones para designar al Presidente de la República y renovar al Congreso de la Unión.

En este sentido, la votación del Domingo de Ramos es un techo, es decir, el máximo de simpatizantes movilizados que se logró llevar a las urnas para acudir a una elección en la que más del 80 % de la población consideró inútil y despilfarradora de los recursos públicos. Es el voto duro del 2024. No hubo falta de información sobre la realización del proceso, ni la ubicación de las casillas y todo aquel que quiso ir apoyar al gobierno de la autollamada 4T lo pudo hacer en las mejores condiciones posibles con una ayudadita que será objeto de revisión y, en su caso, sanción por las autoridades correspondientes.

Lo anterior no asegura un triunfo automático de la oposición a la 4T en los próximos comicios presidenciales (estamos a destiempo para comentar sobre este suceso a dos años de distancia) por dos razones: hay temas suficientes para la movilización permanente de los simpatizantes de la gobiernización -mal llamada estatización- de la economía y la política como la contrarreforma eléctrica y la pretensión de desaparición del INE, en 2022 y 2023, respectivamente y los partidos políticos tradicionales siguen hundidos en sus componendas de grupo y con un discurso poco

atractivo, no articulado a un proyecto de nación diferente al propuesto por el gobierno federal y sus aliados.

La movilización permanente rinde frutos a corto plazo mientras hay presupuesto para sostener programas sociales improductivos y políticas económicas de bajo rendimiento social vinculadas con la competitividad y productividad, pero cuando la población agota el bono de confianza en un gobierno “diferente” esta movilización tiene bajo impacto y suele ser contraproducente.

En esta circunstancia las preguntas son: ¿la autollamada 4T está demasiado vinculada a la imagen de AMLO? ¿El caudillismo que la mueve será superado en el 2024? ¿Hay algún personaje político de Morena que sea competitivo sin el apoyo del inquilino de Palacio? ¿El número de votos ratificatorios del Domingo de Ramos, que como se presenta en el discurso oficial es mayor al obtenido por todos los presidentes y candidatos presidenciales, es un canto de las sirenas para provocar en el ánimo de AMLO la tentación de seguir siendo por mandato del Pueblo su Salvador?

Lo único cierto hacia el 2024 es que la estrategia de movilización política permanente continuará y ésta será encabezada por un presidente en campaña y frente a esto la oposición tendrá que ser más creativa y unida si pretende ser competitiva y superar con creces el voto duro amlista del Domingo de Ramos.

Investigador del Instituto Mexicano de Estudios Estratégicos de Seguridad y Defensa Nacionales
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