Hoy vivimos el mundial. ¿Qué es eso? Un ambiente social provocado por un campeonato deportivo de una organización internacional integrada por asociaciones nacionales, más que los miembros de la ONU , dirigidas por empresarios con gran influencia de los medios de comunicación, que tiene sus propias reglas y obtiene ganancias billonarias.

¿Quién vive el mundial? Todos aquellos que tienen algo de tiempo libre y disfrutan del futbol o simplemente lo utilizan de excusa para convivir con la familia o los amigos. También hay los adictos a ese deporte que no se pierden ningún partido y sus actividades giran en torno a las incidencias que ocurren dentro y fuera de las canchas y los estadios.

El mundial es un producto de la industria del entretenimiento con grandes estrellas y estrellados. Es un escaparate superficial de la vida política, económico y social del país organizador que gasta e invierte enormes recursos para recibir a las 32 selecciones y los aficionados que las siguen. Por cierto, la hinchada mexicana es una de las más numerosas e incluye a residentes en nuestro país y los Estados Unidos.

El mundial es un reflejo de la globalización y los principales beneficiados de ésta. Hoy, en Qatar, están mayoritariamente quienes tienen capacidad económica suficiente para dejar de trabajar más de un mes y pagar el transporte y la estancia en uno de los lugares más caros del orbe para el turismo; los afortunados que obtuvieron como premio ese viaje, y quien ahorra por mucho tiempo para poder vivir una experiencia única e irrepetible por lo caro.

También, el campeonato representa la concentración del poder en pocos actores hegemónicos. Los favoritos para ganarlo son los mismos de siempre y la mayoría de las selecciones se conforman con la probadita de estar considerados en la fase final del mismo. Esto explica que los aficionados de los países periféricos (aquellos que difícilmente aspiran al quinto partido) tengan dos equipos de su preferencia: el nacional y otro del exclusivo grupo de los históricos como Alemania, Argentina, Brasil, España o Francia.

Los caballos negros, aquellos que pueden dar la sorpresa, suelen ser equipos europeos en ascenso como Bélgica, Portugal, Gales, Países Bajos, entre otros. En cualquier caso, las únicas probabilidades de obtener un buen lugar en la competencia están relacionada con los jugadores que “pertenecen” a equipos compitiendo en ligas de ese continente. En la FIFA, el trabajo del deportista es una mercancía que se vende al mejor postor bajo la forma de cartas de derechos mediante las cuales se traspasa, presta y, cuando vale menos, se libera a una persona.

Las confederaciones regionales son un grupo de oligarcas, dueños de equipos y televisoras, que toman decisiones con base a las conveniencias del dinero y alianzas no transparentes que explican que el mundial se lleve a cabo en un país donde hay una gran concentración de la riqueza y poder en un reducidísimo estrato de la población, cuyos gobernantes pudieron “convencer” (pagar con prebendas y privilegios) a los dirigentes de la FIFA y que éste se realice en un ambiente autoritario y anti occidental.

La FIFA es una organización típica de la globalización. Las relaciones económicas se extienden por todo el orbe organizadas por regiones en las que la utilidad de las empresas se encuentra en el primer plano y la responsabilidad social, los derechos de los trabajadores y los consumidores y los valores políticos pasan a un segundo plano. Lo que importa es que fluya el efectivo y los políticos anfitriones obtengan algún beneficio. El statu quo árabe logra proyectar una imagen de modernidad con su infraestructura pública y privada y ratifica que sus valores religiosos extremistas son más importantes para ellos que la libertad, los derechos humanos y el desarrollo incluyente de inspiración occidental.

El mundial es un espectáculo, tal vez el más visto y que genera mayor entusiasmo social, pero es sólo eso. Nada más. Hay que disfrutarlo, pero no hay que olvidar que atrás de la escenografía que se monta cada cuatro años se asoma la estructura que lo sostiene que está vinculada con los procesos de globalización y la pérdida de la hegemonía de los gobiernos nacionales.

La FIFA fija sus propias reglas y quien las contraviene corre el riesgo de ser excluida de esta fiesta deportiva de la humanidad con las consecuencias económicas y políticas negativas. En 2026, los miembros del TMEC seremos los anfitriones y esto ya es un mensaje sobre cómo concebimos nuestro papel en el mundo. Incluso el número de partidos distribuidos entre México, Estados Unidos y Canadá muestra la importancia relativa de cada país.

Hoy, como comunidad e individuos, sólo nos queda disfrutar el campeonato y aprovecharlo para reunirnos con quienes nos importan. Pocas oportunidades hay para convivir y hay que aprovecharlas. Ojalá la selección mexicana venza a la argentina y juegue por primera vez el quinto partido.

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Investigador del Instituto Mexicano de Estudios  
Estratégicos de Seguridad y Defensa Nacionales 
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