El pasado 10 de diciembre, en Palacio Nacional, se firmó el adendum del T-MEC que ya había sido ratificado por el Senado mexicano, pero que la Cámara de Representantes de Estados Unidos, dominada por demócratas- exigió revisar para que transitara la aprobación de ese tratado. El anuncio fue bien recibido en los círculos políticos y diplomáticos de los tres países. Hubo una reacción positiva de los mercados y una buena señal para las expectativas económicas del 2020.
¿Cuál es la diferencia del gobierno de la 4T con el pasado neoliberal, en el que se impulsó y suscribió el TLC, y se allanó a la modernización del mismo producto de las presiones trumpianas? En el fondo, ninguna. En la forma, varía el estilo.
Los discursos, la narrativa, son similares entre los gobiernos sin importar la inclinación ideológica, ni la nacionalidad. No importa si sean de izquierda o derecho, populistas o neoliberales, demócratas o republicanos, liberales o laboralistas, príanistas o morenistas, los gobiernos apoyan la regionalización económica, el libre comercio, la integración de procesos productivos, el intercambio intensivo de bienes y servicios en Norteamérica y lo presentan como una oportunidad para la generación de empleos y el desarrollo sustentable e incluyente. Los matices varían, pero el sentido es el mismo.
Los discursos desde la oposición son críticos la idea de Norteamérica. El nacionalismo y el proteccionismo gusta al electorado, pero no es suficientemente fuerte para sostenerse ante una realidad evidente: Norteamérica sólo puede competir con China y Europa conformando un bloque regional. El aislacionismo económico significa pérdida para los tres países. Entonces, cuando la oposición se convierte en gobierno adopta el discurso pro integración.
El estilo es la diferencia. Trump juega permanente al póker con las relaciones internacionales y le gusta retar a sus principales socios comerciales, que de alguna manera, ya le tomaron la medida. El “blofeo” es el recurso que utiliza con exceso y que paulatinamente ha perdido efectividad.
El gobierno mexicano se presenta como negociador único, sin la intervención de los empresarios. Minimiza la importancia del acompañamiento de las cámaras industriales, comerciales y de servicios, así como de los sindicatos patronales y obreros y manda a un representante solitario con línea directa con el Presidente a revisar los detalles del adendum suscrito.
El primer ministro canadiense se mantiene aparentemente indiferente y a la expectativa de lo que sucede en las negociaciones en el Congreso Norteamericano, que involucra el tema de las ventajas mexicanas por la precariedad salarial, y las presiones de la AFL-CIO para que haya una supervisión más estrecha a las condiciones de contratación laboral.
La realidad es la que no cambia. Con independencia de los enfoques de análisis y los intereses de los grupos económicos, a la mayoría le conviene la integración. Aun cediendo en la negociación en aspectos que pueden afectar a algunos sectores, las cifras del intercambio comercial y los cruces fronterizos diarios son impresionantes, al grado que el muro trumpiano es un auténtico ridículo político y el nacionalismo revolucionario mexicano una pieza de museo.
Nuestros vecinos del norte que ven a los mexicanos como una amenaza son tan anacrónicos como aquellos connacionales que todavía se arrojan envueltos en la bandera desde el Castillo de Chapultepec cuando ven que un Presidente firma un tratado con Estados Unidos.
La pregunta es: ¿cómo va a procesar narrativamente el gobierno de la 4T con los grupos más radicales de Morena este acto de “entreguismo”? Seguramente, no es un problema mayor. La realidad es más fuerte que los discursos y los estilos personales de gobernar. Esperemos que la firma del T-MEC sea lo más pronto posible para bien de la reactivación económica. Punto bueno para el gobierno.