El pasado 2 de junio la jornada electoral fue un éxito en términos de participación. Votó el 60% del padrón y los ciudadanos instalaron y operaron las casillas con eficiencia, asi como realizaron el cómputo de los votos que sirvió para declarar a los candidatos y partidos ganadores virtuales. Todo esto dio tranquilidad política y mostró las preferencias políticas de la mayoría de la población, renovando el mandato a la cuarta transformación con amplitud. Esto último es incuestionable.

La jornada electoral, como las anteriores, desde 1997 no registró prácticas masivas fraudulentas. Hubo incidencias en la marginalidad, que siempre son noticias, pero que no alteran el resultado y conteo distrital, como sucedió en el pasado reciente, mostró leves inconsistencias y una desviación mínima respecto a las cifras arrojadas por el Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP). La apertura de los paquetes electorales en un porcentaje superior al 60% obedece a un mandato legal, que en 2008 incorporó una injustificada desconfianza a los ciudadanos que realizan el conteo en las casillas. Este último se ha demostrado que ha sido fidedigno en cinco elecciones presidenciales.

La participación ciudadana y los resultados minimizan el riesgo de un conflicto poselectoral viable, que la violación evidente al principio de equidad electoral había hecho probable.  Sin embargo, un escenario de incertidumbre electoral sólo era factible si la diferencia entre el primer y segundo lugar hubiera sido inferior al 5%, lo cual no ocurrió.  La defensa del voto anunciada por Xóchilt después de haber reconocido su derrota será tan eficaz como la carabina de Ambrosio. Es inútil y otro clavo más a su ataúd.

Entonces, ¿cuál es el enigma de la elección? La jornada electoral no. Los ciudadanos son más responsables que sus líderes, cuyo comportamiento es consistentemente errático y abusivo. Las proclamaciones inoportunas de triunfo de ambos bandos, el uso faccioso de las encuestas en las que algunas de las empresas que miden la opinión pública se han convertido en oficinas de propaganda de los partidos, el desvío de recursos públicos a las campañas, el adelanto de los tiempos electorales a conveniencia del poder, la intervención indebida de los servidores públicos en los procesos electorales, empezando por el presidente, y la sombra del crimen organizado en algunas regiones son síntomas de que algo no anda bien en la democracia mexicana, pero no son un enigma.

El resultado de la jornada electoral es consistente con el malestar respecto a la democracia representativa, que se refleja en el Índice del Latinobarómetro de 2023, en el que al 56% de los mexicanos no les incomoda que haya un gobierno no democrático en el poder, siempre y cuanto éste resuelva sus problemas (El Economista, 31 de julio de 2023). En este sentido, la frase de la virtual presidenta Sheinbaum relativa a que las elecciones eran un mero trámite cobra plena vigencia y la propensión a la aceptación popular de un autoritarismo eficaz explica parte de su arrollador triunfo y que haya posibilidad real que obtenga la mayoría calificada en el Congreso de la Unión suficiente para reformar la Constitución y eliminar cualquier autonomía funcional o regional que limite la actuación del Poder del Ejecutivo.

¿Por qué gana la representante de un gobierno mal calificado por la población en materia de seguridad pública y bienestar económico? Ese es el primer enigma. Hay una esquizofrenia política. Un gobernante popular con un gobierno ineficaz, que con base en sus otros datos logra convencer a la población de que él no es responsable de los rezagos sociales y económicos, es decir, que 6 años no fueron suficientes para superar los defectos del neoliberalismo y le dieron otra oportunidad para continuar con la transformación. Hay que remarcar que la percepción social de estabilidad económica está sostenida con un déficit fiscal insostenible en el 2025, tal y como ya lo anunció la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.

Otro enigma es ¿por qué la oposición no fue capaz de sumar adeptos más allá de su electorado afín? La respuesta es más sencilla. Los errores en la campaña, la falta de una narrativa alternativa a la gubernamental de proyecto de país, el uso excesivo del miedo (discurso conservador) para atraer votantes, la falta de imaginación política de la candidata y sus allegados, los intereses mezquinos de los partidos en la alianza y la falta de caras nuevas en sus candidaturas, así como la no incorporación efectiva de personajes de la sociedad civil.

El tercer enigma es ¿Por qué la sociedad civil no expresó su malestar con el gobierno y los partidos políticos a través de una candidata ciudadana? Por dos razones: la reconstitución del tejido autoritario con la lealtad de las organizaciones empresariales, sindicatos y agrupaciones al gobierno en turno y la falta de democracia de las organizaciones visibles de la sociedad civil que se perciben controladas por un grupo de intelectuales, empresarios, medios de comunicación o comentócratas.

Profesor de la Universidad Panamericana

Twitter @cmatutegonzalez

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