A lo largo de este siglo, durante ya casi cuatro sexenios, la economía mexicana ha tenido un desempeño decepcionante en varios años y alarmante en otros. Hubo en particular dos caídas del producto interno bruto (PIB) muy pronunciadas: en el año 2009 (-5.3%) y en el año 2020 (-8.2%), debido, respectivamente, a la Gran Recesión Mundial (por la crisis inmobiliaria) y al Gran Confinamiento Mundial (por la pandemia del coronavirus). Tras cada una de esas dos crisis, que fueron exacerbadas por políticas gubernamentales que fueron a nuestro parecer erróneas, se dieron los típicos rebotes económicos. En 2010 el repunte del PIB fue de 5.1% y en 2021 fue de 5%.

Debido a los propios vaivenes de la economía de nuestros vecinos, así como a la primera de las crisis mencionadas, la economía mexicana creció de manera poco notable durante los primeros tres sexenios presidenciales del siglo XXI, los de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. El alza promedio anual del PIB durante esos dieciocho años fue apenas poco más del dos por ciento.

En el anterior cálculo no se incorpora, sobra añadir, el crecimiento insignificante que se ha registrado en este sexenio. El valor de la producción de México es hoy unos cuantos pesos mayor a la que se tenía a principios del gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Además, dado que para el 2023 y el 2024 el crecimiento anual será probablemente menor al dos por ciento, resultaría que la cifra final de la expansión de la economía mexicana durante el sexenio estará muy por debajo del promedio que se había alcanzado en las tres administraciones pasadas.

Pero que no cunda el pánico o, como diría Chespirito, que no panda el cúnico. A pesar de lo dicho en el último párrafo, en esta columna tenemos gran optimismo acerca de lo que nuestra economía podría lograr alcanzar en el siguiente sexenio y en varios de los que le seguirán. Esto independientemente de cualquier partido y casi de cualquier político que llegue a la Presidencia de la República en el año 2024. Escribimos “casi” porque ya todos sabemos acerca de las sorpresas que nos podrían deparar los cuatroteístas. Como dice el dicho, del plato a la boca se puede caer la sopa.

Es ya un hecho que se ha iniciado a nivel global un proceso de relocalización de grandes inversiones hacia nuestro país. Con ello, si es que jugamos bien nuestras cartas, podríamos modificar de manera notable la trayectoria del decepcionante crecimiento que ha tenido México desde hace medio siglo. Puede esto hacerse a pesar de toda la incertidumbre que rodea a la economía mundial; a pesar de la insuficiente infraestructura pública con la que disponemos hoy en nuestro país; y a pesar de no contar en todos los sectores, aunque sí en algunos, de una fuerza laboral competitiva a nivel internacional.

Hay, por supuesto, dos negritos en el arroz. Uno es la mencionada inestabilidad política que podría generarse el año que entra y el otro, el mayor, la evidente falta de seguridad pública que prevalece en buena parte del país (¿cuántos homicidios dolosos quedan impunes a diario?). Pero, como comentaremos con un mayor detenimiento la siguiente ocasión en este espacio, de que hay muchas oportunidades asomando por la ventana, las hay.

Investigador emérito del SNI

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