“En México no hay autoritarismo, está prohibido prohibir, todo es voluntario, lo más importante es la libertad y cada quien debe de asumir su responsabilidad”, aseguró tal cual López Obrador en su primera mañanera tras recuperarse de la Covid-19. Esto tras ser cuestionado sobre si usaría o no el cubrebocas tras haber concluido su enclaustramiento de dos semanas. E insistió: “No, no, ahora ya además, de acuerdo a lo que plantean los médicos, ya no contagio”. Su negativa a usar un cubrebocas era más que esperada. También rechazaron su uso una vez que se recuperaron de la misma enfermedad Jair Mesías Bolsonaro, presidente de Brasil, y Donald Trump, en ese entonces presidente de los Estados Unidos.

El rechazo al uso del cubrebocas por el presidente puede ser juzgado desde tres ópticas distintas, la individual, la grupal y la nacional. Sobre la individual no hay mucho que decir; en ese caso, para usar una expresión similar a la suya, él es el único responsable de sus actos.

Un tanto diferente es juzgar su comportamiento desde una óptica grupal. De acuerdo con la información científica disponible, los humanos que hayan caído enfermos por el coronavirus, y se hayan recuperado, son inmunes por alrededor de cinco meses, no más. Asimismo, esos sobrevivientes podrían ser susceptibles, aunque con una probabilidad pequeña, al ataque de otras variantes del coronavirus. Finalmente, lo que es más preocupante, no hay evidencia empírica que muestre que quien se ha recuperado de la enfermedad no pueda ser, sin notarlo, transmisor del virus. Esto deberían saberlo los subordinados de López Obrador que por zalamería no usan cubrebocas ante él. Pero quienes probablemente no saben ese hecho, y ni siquiera lo sospechan, son la mayoría de los que buscan acercarse a él en sus giras por el país.

Todo lo anterior palidece, sin embargo, frente al interés público. Según la Secretaría de Salud federal, el número de mexicanos que han muerto por el Covid-19 es en este momento alrededor de 175,000. Pero, como es sabido, esa cifra es una subestimación. Usando el porcentaje del exceso de mortandad en México que fue reportado recientemente por el Inegi para los primeros ocho meses del 2020, puede estimarse que más de 250,000 mexicanos han muerto ya por el coronavirus. Más de un cuarto de millón de mexicanos...

De hecho, tomando en cuenta la ola de defunciones que se dio en los últimos meses, especialmente en enero y ahora en febrero, y extrapolando los porcentajes que han sido publicados por analistas y por el propio gobierno de la Ciudad de México, el número de muertes debido a la pandemia podría inclusive acercarse a los 300,000 fallecimientos.

¿Qué puede equipararse con una tragedia humana de esa magnitud? Al ser López Obrador un personaje modélico si no para todos los mexicanos, sí, ciertamente, para la población más vulnerable, ¿qué perdería él si usara cubrebocas en público? ¿Cuántas vidas podría salvar con ello? Tras enfermarse, y para su fortuna, el presidente pudo convalecer en Palacio Nacional atendido por siete médicos de excelencia. Qué bueno, pero no todos fueron tan afortunados. Varias decenas de miles de mexicanos murieron sin atención médica alguna en sus casas, si no es que en las calles.


Profesor del Tecnológico de Monterrey.

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