Cuando le da por insultar a sus opositores, lo cual es a diario, el presidente López Obrador los llama “conservadores”. Hace algunos años remataba ese calificativo asegurando que él era, al contrario de sus detractores, un liberal. Lo anterior quizás debido a su manifiesto interés por la historia de México durante el siglo XIX. Ahora ya no dice el último epíteto, pues está consciente de que en el siglo XXI se sobrentiende, al menos en América Latina y en Europa, que los liberales son los defensores más acérrimos del libre mercado.

Así que cuando quiere subir el volumen de sus insultos contra los críticos, el presidente sustituye la palabra “conservadores” por la de “neoliberales”. Esta supuesta ofensa está en la boca de todos los cuatroteístas un día sí y otro también; se han ocupado tanto en decirla que hasta los pericos acabarán por repetirla. Pero, ¿no es hoy la economía mexicana tan neoliberal como antes?

Tanto en México como en muchos otros países, la doctrina del liberalismo económico tuvo su apogeo justo durante el siglo XIX y las primeras dos décadas del XX. Esa oleada del liberalismo a ultranza llegó a su fin tras la erupción, en 1929, de la mayor contracción económica que ha sido registrada en la historia. La virulencia de la Gran Depresión fue tanta que persistió durante la primera mitad de los treinta e hizo repensar a los políticos el papel del Estado. El llamado Nuevo Acuerdo de Franklin D. Roosevelt, presidente de Estados Unidos de 1933 hasta su muerte en 1945, fue el ejemplo más conspicuo de ello. A cambio de impuestos elevados (con tasas hasta del orden de 70%) y una regulación estricta para fomentar la competencia económica, el gobierno del país vecino pudo financiar una mayor inversión pública, nuevos programas sociales y una vasta red de escuelas públicas.

Ese nuevo papel del gobierno comenzó a ser puesto en duda durante la década de los setenta, cuando se dio en muchos países industrializados la entonces inédita combinación de un estancamiento económico y una inflación persistente. Este suceso fue determinante para que a partir de los ochenta se diera un giro “neoliberal” en la política económica, especialmente en los países de habla inglesa. Políticos de franca derecha, como Ronald Reagan y Margaret Thatcher, lograron acceder al poder prometiendo a sus ciudadanos acotar los impuestos, los programas sociales y la regulación de los mercados.

Pero en muchos otros países europeos, especialmente los nórdicos, tales cambios nunca se dieron. El neoliberalismo se manifestó en esas economías de otras maneras; por ejemplo, en la autonomía del banco central, en la libre flotación de la moneda, en la liberalización financiera y en la reducción de las barreras comerciales con el resto del mundo.

Políticas que acabamos adoptando justo también nosotros. De hecho, en materia de comercio exterior nuestra economía es, y seguirá siendo en el futuro próximo, más neoliberal que la de Estados Unidos y las economías de la Unión Europea. De manera un tanto sorprendente, México tiene acuerdos de libre comercio con 46 naciones, si se incluye a todas las signatarias del feamente llamado Tratado de Integración Progresista de Asociación Transpacífico. A este acuerdo pertenecen, por cierto, países tan lejanos como Singapur y Vietnam.

Profesor del Tecnológico de Monterrey

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