En un lapso de apenas doce meses, de abril de 2020 a marzo de 2021, más de medio millón de mexicanos perdieron la vida debido, casi seguramente, al coronavirus Covid-19. Al respecto, el gobierno federal solo acepta públicamente que la cifra de los fallecidos es hasta hoy un poco mayor a los 200,000. Una cifra que, por lo demás, sería ya de por sí exorbitante en otros países del mundo.
Sin embargo, como han denunciado tanto especialistas nacionales como internacionales, las autoridades mexicanas han mentido de manera reiterada desde hace meses. Ha sido una mentira tras otra. Desde el inicio de la pandemia el gobierno federal ha tergiversado la gravedad del problema: ha subestimado el número de personas infectadas por el coronavirus; ha ignorado en su contabilidad a las decenas de miles de mexicanos que han fallecido fuera de los hospitales de salud pública; ha mentido, inclusive, sobre el simple calendario de vacunación contra el virus. Un calendario cuya versión final sigue siendo esperada, con ilusión, por millones de adultos mayores en toda la República.
Pero, surge la pregunta ahora, si no se puede confiar en las cifras gubernamentales sobre los fallecidos por la pandemia, ¿cómo podría estimarse entonces la verdadera magnitud de la tragedia? La manera de estimarla es menos difícil de lo que parecería a primera vista. De hecho la metodología descrita a continuación ha sido frecuentemente utilizada en un buen número de países, incluido el nuestro.
Para empezar, hay que recopilar el número de decesos registrados semanalmente en México antes del inicio de la pandemia en marzo de 2020 (entre más hacia atrás se recopilen esos datos tanto mejor). Hecho esto hay que usar modelos estadísticos para pronosticar cuántas muertes por diversas enfermedades hubieran ocurrido en 2020 y lo que llevamos de 2021 de no haber existido una pandemia por el coronavirus.
El último paso es simplemente contrastar ese pronóstico de muertes “típicas” con la abultada cifra de muertes extras que se dieron en el periodo y que, según las autoridades, no fueron debidas al coronavirus. Ese exceso de mortalidad, esa diferencia entre las muertes oficiales y las pronosticadas, puede ser empleado como un estimado de los decesos por coronavirus que no fueron identificados como tales.
La periodista Peniley Ramírez de EL UNIVERSAL, cuyo trabajo es siempre de imprescindible lectura, publicó hace diez días que, de acuerdo con estudios sobre el exceso de mortalidad, la cifra de más de medio millón de fallecidos ya se había alcanzado entonces. Para ello multiplica la cifra oficial de muertes, hasta ese momento, por el factor “2.57” sugerido por cálculos del matemático Arturo Erdely y los expertos Mario Romero y Laurianne Despeghel.
Por otro lado, si se multiplica 200,000 por “2.5”, un factor ligeramente inferior al otro, resulta que fue hace cuatro días cuando se cruzó la barrera de 500,000 personas fallecidas. El factor “2.5” fue sugerido a quien esto escribe por Raúl Rojas, el brillante mexicano experto en inteligencia artificial (profesor distinguido en la Universidad Libre de Berlín). A lo largo de los últimos meses, Rojas ha escrito sobre el tema varias columnas en EL UNIVERSAL. Vale mucho la pena leer sus reflexiones sobre esos mexicanos que, al parecer, “se murieron de la muerte”.