Nunca se podrá saber a ciencia cierta el número de mexicanos que han muerto, y seguirán muriendo en los siguientes meses, por el coronavirus Covid-19. Las cifras oficiales del gobierno subestiman de tal manera ese número que nadie las creería; nadie, dentro o fuera del país. Por otro lado, los diversos estimados hechos al respecto por académicos y organismos de la sociedad civil varían en razón de la información que es empleada por cada uno de ellos.

Hay investigaciones que sugieren multiplicar el número de fallecimientos oficiales por tres, y otras por dos. La más optimista que hemos visto, sugiere que hay que añadir al menos un setenta por ciento más a la cifra de defunciones por el coronavirus (lo que implicaría que son al menos cien mil los mexicanos fallecidos hasta el momento).

Hace tres semanas se escribió en esta columna al respecto, citando los meritorios trabajos de varios mexicanos preocupados por el tema. La mayoría de esos estudios se basan en el evidente exceso de mortalidad que se ha suscitado, desde el pasado mes de marzo, en nuestro país. En esas pesquisas existen, sin embargo, varios huecos que están aún por llenarse. Uno de ellos, que creemos es fundamental, al menos desde un punto de vista ético, es el relativo al perfil de los mexicanos que, por un lado, han fallecido por el virus y que, por el otro, no han sido contabilizados en las estadísticas oficiales.

Raúl Rojas, el reconocido experto mexicano en inteligencia artificial, quien reside ahora en Alemania, escribió ya sobre ese asunto el pasado 16 de mayo en EL UNIVERSAL. Su artículo, el cual no tiene desperdicio alguno, inicia notando que hasta mediados de mayo la edad promedio de los mexicanos fallecidos por el coronavirus era, según las fuentes oficiales, tan solo de 59 años en ese momento. Pero tal promedio era sustantivamente menor al registrado en el resto del mundo, lo que sugería, puntualizaba Rojas, que las estadísticas de México no estimaban de manera correcta las muertes ocasionadas por el coronavirus.

Tras tomar en cuenta el hecho evidente de que la media poblacional en países tales como Alemania, España e Italia es mayor que en México, Raúl Rojas encontró que esa anomalía seguía persistiendo. Lo que a su vez sugería que a muchos adultos mayores nunca se les aplicó antes de morir la prueba del coronavirus. Por lo que un buen número de mexicanos pasaron a las estadísticas oficiales simplemente como si se hubieran muerto de viejos. O, escribe Rojas, “como se dice a veces en México, se murieron de la muerte”.

Esta columna se dio a la tarea de poner al día esos hallazgos, empleando los datos registrados por la Secretaría de Salud hasta hoy. Se encontró que la edad promedio de los fallecidos se había incrementado, tras el transcurso de otro centenar de días de pandemia, de 59 a 62 años. Este incremento es probablemente debido a un mayor conocimiento sobre cómo tratar la enfermedad y mejores estadísticas de mortandad. Pero a pesar de ello la distribución de la edad de los fallecidos es similar a la de antes por lo que, de manera lamentable, las muertes de los mayores de setenta años siguen siendo subestimadas en las estadísticas oficiales.

Profesor del Tecnológico de Monterrey

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