En el espectáculo matutino brindado en Palacio Nacional de lunes a viernes hay de todo, desde falacias hasta canciones con mucho sentimiento. Pero de vez en cuando hay sorpresas, como la siguiente declaración hecha por el presidente López Obrador el pasado 24 de mayo.

“Yo considero que el principal problema de México es la corrupción. Antes no se hablaba de eso, me siento de los precursores en poner este tema en la mesa del debate. Porque ni en los discursos se hablaba de corrupción, si ustedes hacen un análisis de los discursos de 50 años a la fecha no van a encontrar la palabra corrupción […] Cuando se habla del modelo neoliberal yo he llegado a sostener que, si el modelo neoliberal se aplicara sin corrupción, no sería del todo malo. Es que se puede tratar del modelo económico más perfecto, pero con el agravante de la corrupción no sirve nada”.

La aseveración más extraña se encuentra en la última frase, pero hay también sorpresas en otras partes del párrafo anterior. Para empezar está su referencia a los “discursos de 50 años a la fecha”, pues en ella incluye a los sexenios de Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo, a quienes usualmente siempre respeta cuando le da por condenar a presidentes anteriores.

Una segunda sorpresa la da su afirmación de que él es el primero en denunciar la corrupción en México. Eso es a todas luces falso, pues muchos mexicanos lo antecedieron. Baste nada más con recordar al finado Samuel del Villar, el brillante abogado que fue el primero en obtener un doctorado en derecho por la Universidad de Harvard y a quien muchos recordamos con gran aprecio. Honesto a carta cabal y profundamente católico, Samuel fue el gran cruzado contra la corrupción gubernamental en México. Lideró el programa de la Renovación Moral lanzado a principios del sexenio de Miguel de la Madrid, aunque pronto renunció a ese proyecto al darse cuenta de que todo era jarabe de pico por parte del entonces presidente y su entorno. En la segunda mitad de los noventa Del Villar fue, por cierto, uno de los pocos miembros del entonces partido de ambos, el PRD, que le tendió la mano a López Obrador. Vaya ingratitud al no recordarlo.

Pero la mayor sorpresa en la citada declaración se da al final: el neoliberalismo puede ser el modelo económico más perfecto, pero con el agravante de la corrupción no sirve. El espacio que aquí resta es insuficiente para repasar, como ya lo hemos hecho con anterioridad, el verdadero significado de una economía de libre mercado. Volveremos a este punto la siguiente semana, pues esa visión, tan simple como importante, sigue sin ser comprendida por muchos de los arrebatados cuatroteístas que lo rodean, incluyendo a los escribanos que a diario arrastran el lápiz para él.

Hoy tan solo señalaremos que la corrupción no es un cáncer que padecen todas las economías neoliberales. Al contrario, como ejemplifican los países nórdicos, generalmente a mayor libertad económica, menor es el nivel de corrupción. Y viceversa, en los países sojuzgados por tiranos es donde ese cáncer brota. Sirvan de ejemplo Corea del Norte y Venezuela, como se establece en el estudio más reciente de Transparencia Internacional sobre la corrupción mundial.

Profesor del Tecnológico de Monterrey

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