Una golondrina no hace un verano dice el dicho, lo cual parecería eminentemente razonable. Pero, en el contexto de altas tasas de inflación, la invasión rusa a Ucrania y alzas en las tasas de interés, la quiebra del banco estadounidense Silicon Valley Bank (SBV) el 10 de marzo ha suscitado cierto nerviosismo en los mercados financieros internacionales.
Los más catastrofistas señalan que podría ser la antesala de una crisis mayúscula, de manera similar a lo que sucedió tras la bancarrota, el 15 de septiembre de 2008, del banco de inversión Lehman Brothers. Esa quiebra, junto con las de otras entidades en Estados Unidos, acabó por detonar la crisis financiera que desembocó en la Gran Recesión Mundial de 2009.
Pero ese temor es infundado. Aquella crisis se dio porque un gran número de instituciones financieras, tanto estadounidenses como europeas, fueron víctimas de una enorme burbuja especulativa que se había creado años antes en los sectores inmobiliarios de varios países. El estallido de la burbuja agarró, para decirlo coloquialmente, a muchos bancos con los dedos en la puerta.
Esta vez, sin embargo, fue SBV el que acabó machucándose a sí mismo los dedos. Resulta que este banco ofrecía sus servicios a empresas emergentes del sector tecnológico. Lo hacía para bien pero también para mal, pues esas empresas, por su naturaleza propia, tienen una necesidad de liquidez muy variable, por lo que pueden retirar grandes montos de un día para el otro. Si a eso se agrega la considerable alza en las tasas de interés que se ha dado en Estados Unidos (por no hablar de México), el inicio del problema ya estaba en germen.
Pero lo que detonó la eventual bancarrota fue una estrategia de SBV que era muy arriesgada: invirtió más de la mitad de sus activos en lo que se llama valores de renta fija, mayormente bonos del gobierno estadounidense. Esa estrategia, que en situaciones normales no parecería riesgosa en absoluto, puede volverse un dolor de cabeza cuando hay grandes alzas posteriores en las tasas de interés.
En efecto, si la tasa de interés que ofrecen los nuevos bonos es mayor que la tasa de los bonos que el banco compró, el precio de los suyos cae necesariamente, pues hay una mayor demanda por los nuevos. En ese caso lo mejor hubiera sido que SBV no vendiera sus bonos, en espera de tiempos mejores (menores tasas). Pero cuando sus clientes comenzaron a retirar más y más efectivo, SBV se vio obligado a vender más y más bonos, y por tanto a tener pérdidas de capital más y más grandes. Y para cerrar el círculo vicioso, como las empresas sabían que, en principio, su gobierno sólo garantizaría los primeros 250 mil dólares que tenían en el banco, pues entonces con más ganas retiraron más y más dinero de SBV, hasta que éste se fue a la ruina.
¿Podría suceder lo anterior en México? No, los índices de capitalización de nuestra banca comercial exceden las normas establecidas. Una pregunta diferente: ¿no se depreciará el peso con todo este desbarajuste mundial? Probablemente sí, pero eso no sería tan mala noticia después de todo. Un tipo de cambio de alrededor de veinte pesos por dólar sería óptimo para nuestro comercio con el resto del mundo.
Investigador emérito del SNI