Aunque es ciertamente inevitable en el caso de todas las capitales del mundo, muy pocos hubieran previsto que la Ciudad de México, el Distrito Federal como todavía llamamos ocasionalmente a la ciudad un buen número de sus habitantes, iba a sufrir en este siglo veintiuno una mengua tan acelerada en su relativa importancia económica frente al resto de la República.
El peso económico que tiene hoy la Ciudad de México palidece cuando se le compara con el que llegó a tener en la segunda mitad del siglo pasado. A principios del siglo veinte la aportación de la ciudad a la producción total de México era menor al 10%; lo cual, la verdad sea dicha, no era mucho para ser la capital de una nación. Pero esa importancia económica comenzó a cambiar notoriamente a medida que transcurría el siglo pasado.
Ya para la década de los cuarenta, la Ciudad de México podía vanagloriarse de aportar al producto interno bruto (PIB) nacional casi un tercio, alrededor de un 30%, del total. Esto debido no solo a su creciente poder político relativo al resto del país, sino también a las llamadas “economías de aglomeración”, asociadas a las concentraciones tanto demográficas como económicas que se dieron entonces. De manera igualmente sorpresiva, durante las décadas de los cincuenta y los sesenta esa importancia siguió aún creciendo, para terminar a principios de los setenta del siglo pasado con una aportación del 38% de la producción nacional. Un porcentaje extraordinario de acuerdo con todos los estándares internacionales.
No obstante, la debacle económica de la Ciudad comenzó a germinarse justo a partir de la década de los setenta y desde entonces su importancia respecto al resto del país ha ido cuesta abajo. Ya para el año 2003, un año cuando el Inegi efectuó varios cambios en su metodología de medición, la aportación de la Ciudad de México en el PIB nacional había disminuido hasta el 18.5% del total.
Y la caída ha seguido. Hace un par de años, en 2019, la aportación ya se había reducido a un 16.1% del PIB. Y a fines de este año, tras la contracción económica sufrida por la pandemia, la aportación relativa de la Ciudad será seguramente menor que tal porcentaje.
Sin rumbo, bajo la administración de una jefa de gobierno que no pasa de ser una regenta, la Ciudad tiene un futuro incierto. Los aeropuertos internacionales más eficientes no se desarrollarán cerca de la metrópoli, sino que probablemente se darán en ciudades como Cancún y Guadalajara. La industria manufacturera que ha estado decayendo desde hace años en la Ciudad lo seguirá haciendo hasta convertirse en una actividad no significativa. Buena parte del sector financiero se irá de la capital y se radicará en los estados con mayor crecimiento, como ya está ocurriendo en otros países.
No todo está perdido, sin embargo. Le queda a la Ciudad de México el activo más preciado de cualquier lugar: el capital humano representado por su gran número de científicos, profesores y escritores. Hay que proteger ese activo cueste lo que cueste, así como a las universidades donde muchos de ellos trabajan. Especialmente hoy, cuando decenas de científicos están sufriendo una vil persecución gubernamental y las universidades son insultadas gratuitamente.
Profesor del Tecnológico de Monterrey