En la siguiente Junta de Gobierno del Banco de México, que tendrá lugar el próximo 10 de febrero, es seguro que la llamada tasa de interés objetivo será incrementada del 5.5% a un porcentaje entre el 5.75% y el 6.25%, siendo el 6% lo más probable (a nuestro juicio). Dicha tasa objetivo es muy importante porque una vez que sea anunciada por el banco central se convertirá en la tasa de interés de referencia (el piso) para muchas variables financieras de la economía mexicana: desde las tasas correspondientes que privarán entonces para los diversos Certificados de la Tesorería del Gobierno Federal (Cetes), hasta las tasas hipotecarias y de préstamos en general.
Pero es que el horno ya no está para bolillos, para decirlo en mexicano. La tasa anual de inflación de los precios de bienes y servicios en nuestro país es ya del orden del 7.4%, un porcentaje muy alto de acuerdo con los estándares a los que nos habíamos acostumbrado durante los últimos veinte años. Algo parecido sucede en Estados Unidos, pues su actual tasa de inflación (rayando el 7%) es la mayor que han enfrentado nuestros vecinos durante las últimas cuatro décadas. Desde 1982, cuando algunos de los lectores de esta columna quizás todavía no habían nacido, nunca habían registrado los estadounidenses una inflación de precios mayor a la que tienen ahora.
Así pues, las altas tasas de interés, con las que se pretenderá enfriar el ritmo de crecimiento de muchas de las economías del mundo, llegaron para quedarse por un buen rato. Con el agravante para el caso de las economías emergentes de cierta importancia, como la mexicana (o la brasileña, la rusa y la turca), que el incremento de sus tasas de interés deberá ser aún mayor a lo que debería corresponder, en principio, a sus propias tasas de inflación.
La razón de lo anterior es que el valor de las monedas de esas economías es altamente dependiente de los flujos financieros que se dan de un microsegundo al otro, literalmente, entre ellas y el resto del mundo. Por ejemplo, probablemente el banco central estadounidense (el Federal Reserve Board) incrementará paulatinamente su tasa de referencia en alrededor de un punto porcentual a lo largo de este año. Esto acarreará una presión adicional sobre el peso, la divisa mexicana; una presión que solo podrá ser enfrentada con una alza en nuestra propia tasa de interés, aun si se diera el improbable caso de que la inflación nacional ya estuviera disminuyendo en los siguientes meses. Para bien o para mal, la economía mexicana es una de las más abiertas del mundo, lo que obligará a nuestras autoridades monetarias a poner un ojo al gato y otro al garabato.
Al riesgo mencionado se deben agregar otros factores también probables que, de darse, serían aún más preocupantes. Este año, 2022, la economía mexicana tendrá un crecimiento de alrededor del 2%, la mitad del porcentaje que el gobierno sigue insistiendo que se tendrá. Además, la inversión, tanto privada como pública, seguirá cayendo, en línea con lo que ha sucedido desde principios de este sexenio. Y si prospera la absurda contrarreforma eléctrica que este gobierno pretende hacer, más nos valdrá a todos abrocharnos los cinturones de seguridad.
Profesor del Tecnológico de Monterrey