Hacía años que el incremento desmedido en los precios de los productos de consumo no era motivo de intranquilidad en un buen número de países, incluido México. Se pensó que era un problema ya resuelto, al menos en el caso de los países industrializados y semiindustrializados. Pero la pandemia de la Covid fue la culpable de traer a la escena mundial una vez más a la inflación.
Parecería que era natural que algo así aconteciera. Con la epidemia muchas empresas tuvieron que cerrar y otras se vieron forzadas a disminuir de manera significativa su producción. Eso tuvo a su vez un impacto considerable en las cadenas de suministro que tenían las empresas entre ellas. Así que, una vez que se trató de reiniciar la producción plena, algunas cadenas se hallaban literalmente rotas, mientras que otras necesitaban ser aceitadas. Dado el incremento en la demanda y esa insuficiente respuesta por parte de la oferta, era inevitable entonces que temporalmente los precios subieran un tanto para poder equilibrar la oferta con la demanda.
Lo anterior era esperado en casi todos los países del mundo. Se esperaba que hubiera, una vez que se pusieran los motores del mundo a toda marcha, un incremento transitorio en los precios que no se reflejaría de manera permanente en el largo plazo. Pero, en materia de precios, ¿qué es transitorio y qué es permanente o de mediano plazo? He allí la cuestión. He allí el dilema que sigue quebrando las cabezas de todos los encargados de los bancos centrales en el mundo.
Aun cuando parte de los incrementos de los precios han sido debidos, ciertamente, a las disrupciones descritas antes, otros factores también deben ser considerados. Para empezar, la ilusión aritmética. El incremento del producto interno bruto que México tendrá este año, del orden de 5.5%, en realidad es poco comparado con la caída de más de 8% en el 2020. Algo similar, pero al revés, sucede ahora con algunos precios. El que aumenten en demasía puede ser debido, parcialmente, a que los precios estuvieron deprimidos o contenidos en el 2020.
Un segundo factor es el incremento en el uso de computadoras debido a la necesidad de trabajar en casa o recibir clases en línea. Esto causó a su vez un incremento inesperado en la demanda de componentes que se requieren para manufacturar computadoras, especialmente los microprocesadores. En turno, esto a su vez llevó a una falta de insumos en otros sectores de importancia, como el automotriz, que aún no logran incrementar su oferta lo suficiente para satisfacer su propia demanda; lo cual, inevitablemente, conlleva mayores precios.
Un tercer factor es el incremento de los precios en sectores donde hay una o dos empresas dominantes, lo cual es desgraciadamente muy común en México. Esos incrementos se dan por la falta de competencia internamente y a que varios canales de importación y de distribución se deterioraron por la pandemia. Un último factor es que un buen número de países han sufrido depreciaciones significativas de sus monedas, lo cual encarece sus importaciones. En los últimos dos años el peso mexicano no se ha depreciado tanto, comparado con otras divisas de países emergentes, tan solo debido a las cuantiosas remesas que nuestros paisanos han mandado del extranjero. Habría que prenderles una veladora.