Hace una semana, tras ser convocados por la Universidad Nacional Autónoma de México, varios connotados expertos en epidemiología volvieron a subrayar que el uso de los cubrebocas juega, y seguirá jugando en los próximos meses, un papel muy importante en la prevención de la Covid-19. Ya antes que ellos Mario Molina, el tercer y último premio Nobel que ha tenido México, había advertido lo mismo de manera muy clara y pública.
Pero fue como si los expertos le hubieran hablado a la pared. A no ser que el presidente López Obrador se vea obligado a usar un cubrebocas por norma, en un avión o con su supuesto amigo Trump, por ejemplo, él siempre lleva descubierto su rostro. Y sus subordinados directos le siguen el juego haciendo lo mismo (aun si usan cubrebocas cuando están lejos de él).
Vaya diferencia con casi todo el resto del mundo. Tras la erupción de la pandemia, varios países asiáticos adoptaron de inmediato el empleo de los cubrebocas. Japón, Hong Kong y Corea del Sur fueron quizás los ejemplos más notorios. Eso fue posible tanto por razones históricas, pues esos países sufrieron consecuencias traumáticas por pandemias anteriores, como también por su extraordinaria cohesión social que hace que tanto el ciudadano de a pie como el emperador (en el caso japonés) respeten las reglas sociales.
En México, sobra añadir, no se ha hecho nada al respecto, al menos no a nivel federal. Es también justo decir que nuestros vecinos del norte tuvieron un comportamiento tan irracional como el nuestro al inicio de la pandemia, aunque rectificaron después. Como en el caso mexicano, las autoridades sanitarias estadounidenses sostenían el pasado marzo que, por un lado, la oferta de las mascarillas no era lo suficiente grande para satisfacer la demanda en general, y, por el otro, que no había evidencia científica sólida que los cubrebocas podían ayudar a prevenir la diseminación de la enfermedad.
Aunque en marzo el primer argumento tenía cierto sentido, hoy ya no es definitivamente el caso. Pero el segundo argumento, de que no hay evidencia que demuestre la efectividad de los cubrebocas, es falso. Es verdad que ningún país del mundo puede, tanto por razones éticas como logísticas, echar a andar un experimento estadístico en el que de una manera aleatoria un cierto número de sus ciudadanos porte cubrebocas y otros no, para luego seguirles la pista a ambos grupos y ver si funciona o no el aditamento. Pero eso no es en absoluto necesario.
Hay experimentos naturales que claramente sugieren la efectividad de los cubrebocas. En Hong Kong, por ejemplo, ha habido tan solo setenta y siete muertes debido a la Covid-19 cuando su población es del orden de 7.5 millones de personas. Todos los expertos juzgan que ese escaso número de fallecimientos es mayormente debido a que desde el inicio de la pandemia toda la población usa cubrebocas. Estudios empíricos más recientes sobre otros países, e inclusive entre estados con diferentes normas sanitarias en los Estados Unidos, sugieren lo mismo.
Por lo demás, hasta los simples mortales podemos entender que, dado que la transmisión es sobre todo por vía aérea y que aún no hay vacunas, los cubrebocas son necesarios para poder contener al coronavirus.
Profesor del Tecnológico de Monterrey