El reciente acuerdo publicado por la SEP sobre el nuevo plan educativo contiene párrafos como el siguiente: “Durante el ciclo escolar 2022-2023, en escuelas públicas […] se realizará un piloteo del Plan de Estudio que se establece por virtud del presente Acuerdo, así como de los respectivos programas de estudio que, en correlación con dicho Plan sean elaborados por la Secretaría de Educación Pública”. Así, sin poner o quitar coma alguna. Tal acuerdo fue publicado en el Diario Oficial de la Federación el pasado 19 de agosto, por lo que la aplicación del nuevo plan de estudio es inevitable por el resto del sexenio.
Tantos galimatías hay en el documento que toma varias horas su lectura, especialmente para los que no somos duchos en la materia. Pero como para su elaboración las autoridades ignoraron olímpicamente a los expertos en educación, y vaya que hay algunos muy notables, más nos vale al resto de los mexicanos estar enterados de los aspectos básicos del nuevo plan. Tras la inconcebible eliminación de las escuelas de tiempo completo que beneficiaban a más de tres millones de niños en situación de pobreza, ya todo puede esperarse de las autoridades educativas.
Y sí, la reforma no parece tener pies ni cabeza; así que probablemente empeorará, antes que mejorará, el sistema educativo actual. La poca esperanza que le quedaba a uno se pierde tras leer en el texto afirmaciones tan descabelladas como la siguiente: “El aprendizaje de las matemáticas debe tener un sentido humano para niñas, niños y adolescentes, el cual sólo se desarrolla en el marco de relaciones significativas entre la familia, la escuela y la comunidad”. Bueno, pues como ya sabía Pitágoras en el siglo VI a.C., la matemática (o las matemáticas) es una ciencia deductiva, no inductiva. Puede aplicarse en asuntos de la familia, la escuela y la comunidad, claro, pero nadie se libra de aprender primero sus reglas.
Otra afirmación sorprendente: “[S]on las comunidades indígenas y afromexicanas la matriz epistémica de la diversidad nacional”. La palabra “epistémica” aparece innumerables veces en el texto y con ella los autores al parecer quieren decir, en el contexto citado, que la realidad nacional no puede entenderse sin el reconocimiento de esos dos grupos. Lo cual es cierto, pero no son los únicos. No conozco a los autores del acuerdo, pero me atrevo a conjeturar que ninguno de ellos es puramente indígena o afromexicano o, para el caso, español. Por si no están enterados, la mayoría de los mexicanos somos mestizos.
Pero la parte más preocupante del nuevo plan educativo gira en torno a la manera como se pretende evaluar el desempeño de los niños: “No se trata de contabilizar las tareas que entregó la o el estudiante, el número de sus asistencias, el porcentaje de requisitos que cubrió, ni el número de exámenes que aprobó; más bien, se trata de juzgar si lo que hizo el estudiante está bien o no a partir de la comprensión de lo que no se ha hecho”. Esto es un absurdo, se tiraría al basurero la evidencia existente y se basaría la evaluación en algo etéreo.
El nuevo plan educativo fue hecho por meros aficionados, no por los maestros que por años han sudado la gota gorda enseñando en las aulas.
Profesor del Tecnológico de Monterrey
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