Para que pueda ser bien aquilatada, la deuda que tenga un país, una empresa o un individuo debe ser comparada con los ingresos de quien sea el deudor que tiene que pagarla. Una deuda de diez mil pesos para un mexicano pobre que resida en alguna localidad rural es, literalmente, inconmesurable. Esa misma deuda para un mexicano rico representa, literalmente, nada.

En el caso de la deuda anual que tiene una nación, la manera tradicional como se aquilata la carga relativa de ella, tanto de la deuda interna como de la externa, es dividiendo el monto total entre el producto interno bruto (PIB) de ese año. La razón es que el PIB puede emplearse para representar, de manera un tanto aproximada, el ingreso nacional.

Vale la pena dar algunos ejemplos históricos al respecto, pero no sin antes comentar que en el siglo pasado se llevaba una contabilidad pública un tanto deficiente. Comenzamos con la deuda que teníamos como país a fines del año 1982, la cual era del orden del 75% del PIB. Esto debido tanto a caídas de los precios del petróleo y alzas de las tasas de interés, como a la mala política económica seguida en el sexenio de López Portillo. Ese cociente se incrementó hasta 104% en 1987, tras otra crisis petrolera de 1986. Vale la pena notar de paso que el que un país deba 104% de su ingreso no implica el fin del mundo. Esto porque, para honrar la deuda que se tiene, basta hacer los pagos de interés requeridos y tratar de amortizar lo más rápido posible el adeudo total.

A fines de 1994, al concluir el sexenio salinista, la deuda estaba en un nivel más manejable: 40% del PIB. Pero este cociente brincó en tan solo un año a 46% tras la crisis de 1995, provocada por varias políticas económicas erróneas hechas por el propio gobierno de Salinas. En el año 2000, al final del sexenio zedillista, el cociente disminuyó hasta el 26% del PIB. Bueno no, la verdad es que disminuyó solo hasta el 31%. Esto porque a partir del año 2000 ya se lleva una mejor contabilidad del déficit público (usando una medida más amplia, la cual se conoce técnicamente como los “requerimientos financieros del sector público”).

Ese cociente, 31% del PIB, bajó ligeramente hasta llegar a 30% a fines del sexenio foxista. Pero durante la siguiente crisis mundial, la de 2009, volvió a brincar hasta el 36%, y siguió subiendo un poco hasta llegar a 37% a fines del sexenio calderonista. Y de repente, casi de improviso y sin mediar crisis mundial alguna, de 2012 a 2016 la deuda de México respecto al PIB creció de 37% a 49%. ¿Cuál fue el motivo? Varios factores pueden mencionarse, pero la corrupción gubernamental, especialmente en el sector energético, fue seguramente la razón de mayor peso. Durante el resto del sexenio peñista el cociente fue reducido un tanto hasta llegar a 45% a fines de 2018. Ese mismo porcentaje se obtuvo durante el primer año de gobierno de López Obrador.

Ahora bien, dada la crisis mundial actual, la peor en términos económicos desde 1929-1932, ¿qué pasará a fines de este año con la deuda respecto al PIB de México? Ésta, me temo, va a crecer de manera notable por tres razones. La primera es que la caída de la actividad económica hará que el gobierno tenga menos ingresos y por tanto tenga que endeudarse más. La segunda es que la actual depreciación del peso incrementará el valor de la deuda externa. Y la tercera, por mucho la más importante, es que el PIB caerá de manera tan estrepitosa este año que el cociente deuda/PIB se irá hasta las nubes.

¿Hasta cuánto? Espero equivocarme, pero puede acercarse al 60% del PIB. La semana que entra exploraremos las consecuencias de lo anterior.

Profesor del Tecnológico de Monterrey

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