Para que la economía de un país pueda crecer de manera robusta y sostenida a lo largo del tiempo, hay dos condiciones que, por necesidad, se tienen que cumplir. La primera, por mucho la más importante, es que sus habitantes, a través de una mejor educación, sean cada vez más productivos. La segunda es que, de manera simultánea con ese empuje laboral, se tenga de manera sostenida un incremento significativo en el acervo de capital del país. Ese incremento puede alcanzarse mediante una mayor inversión del sector privado en su capital fijo (por ejemplo, máquinas), así como por un incremento en la infraestructura pública financiada por el gobierno en sus tres niveles.

No hay vuelta de hoja, si no se tienen las dos condiciones anteriores un país jamás, y menos en este siglo XXI, podrá crecer lo suficiente. Hay, por supuesto, diferencias de opinión acerca de la mejor manera en la que un país puede desarrollar su capital humano. ¿Debe priorizarse el cuidado de los infantes más que la educación de los niños en primaria? ¿Cuánto tiempo debe dedicarse en el aula al aprendizaje del español y de las matemáticas, relativo a las otras materias? ¿Debe fomentarse el estudio de carreras técnicas? Esas preguntas comunes son apenas tres ejemplos que dan cuenta de la complejidad del asunto educativo.

Donde hay un mayor acuerdo es en el caso de la inversión que requiere un país para seguir una senda estable de desarrollo económico. Especulando acerca de los montos que necesita México hoy, la cifra mínima para la inversión debería ser, al menos, el 25% del producto interno bruto (PIB). Más puntualmente, se requeriría que al menos un 20% del PIB fuera invertido anualmente por el sector privado, incluyendo la inversión extranjera directa. Y también se requeriría que el gobierno federal y los gobiernos estatales y municipales invirtieran, al menos, un cinco por ciento del PIB en proyectos de infraestructura. Y eso presuponiendo que la inversión pública es hecha con eficiencia, eficacia y transparencia.

Esos porcentajes parecerían ser suficientes para tener, suponiendo que no hay choques externos, un crecimiento promedio del orden del cuatro por ciento anual. Si se quiere alcanzar de manera sostenida tasas mayores, como las que han tenido países como China, Corea o Taiwán, es necesario tener inversiones de entre 30% y 40% del PIB. Pero esas cifras son inalcanzables excepto para países con una tasa de ahorro igualmente notable.

Una inversión anual del 25% del PIB es ya de por sí una meta ambiciosa. En los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, no se requería tanta inversión porque la economía se encontraba en la etapa inicial de la industrialización y podía disfrutar de rendimientos altos. Tampoco se requirió una cifra así en la segunda mitad de los noventa, cuando la economía se benefició de la gran expansión económica que tuvo Estados Unidos entonces.

Nunca ha habido en México una inversión del 25% del PIB. En lo que va del siglo, lo más alto que se llegó fue a 23% en 2008. En 2019 se tuvo un poco más del 20%, con el gobierno contribuyendo con tan solo el 2.8%. Y este año la inversión total caerá a 17 ó 18% del PIB. Mal andamos.

Profesor del Tecnológico de Monterrey

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