Al parecer al presidente López Obrador todavía no le cae el veinte acerca de lo que realmente ocurrió con la venta reciente por parte de Iberdrola de trece de sus plantas de generación de electricidad. Al parecer no sabe que la venta fue un acuerdo entre particulares, entre precisamente esa empresa española y una administradora de fondos de inversión llamada Mexico Infrastructure Partners (MIP), apalancada esta última con deuda del sector público a través del fideicomiso Fondo Nacional de Infraestructura (Fonadin).
Al contrario de la declaración que se aventó de su ronco pecho el presidente hace unos días acerca de una “nacionalización” en ese sector, esas plantas de generación eléctrica no serán activos del Estado y menos de la Comisión Federal de Electricidad (CFE). Esas plantas serán simplemente arrendadas, previo pago de una módica suma, por MIP a la CFE para que ésta, cada día con más problemas de operación, pueda seguir generando electricidad.
Pero entonces, ¿a qué vino esa alharaca por un mero negocio entre dos empresas? Es que en la comedia hubo varios ganadores. El primero fue el director de la CFE, Manuel Bartlett, quien de electricidad no sabe ni jota, pero de grilla vaya que sí. Sucede que él había prometido al presidente que la CFE podía generar más de la mitad de la electricidad que se emplea en México y, haiga sido como haiga sido, está por lograrlo. El segundo ganador fue Iberdrola, quien vendió sus plantas más viejas a cambio de embolsarse casi seis mil millones de dólares; además de conseguir el pilón de no tener que lidiar tanto con la CFE. El tercer ganador fue obviamente MIP, pues a quién le dan pan que llore.
¿Y quién perdió? Como es ya últimamente costumbre, México. El primer perdedor fue el sector público, pues la banca de desarrollo, a través del Fonadin, se endeudará aún más. Dicho sea de paso, al contrario de lo que al parecer piensan algunos, la deuda de la banca de desarrollo sí es pública; no lo es del gobierno federal, pero sí lo es del sector público en su conjunto. El segundo perdedor fue el sector privado. Para empezar, habrá aún menos certidumbre de que la electricidad que requieren todas las empresas sea proveída en tiempo y forma. Y para terminar, porque las grandes empresas que autogeneran parte de su electricidad se encuentran ahora en una posición política más débil.
El resto de los mexicanos también perdimos. Parecería que no, pero desgraciadamente sí. En efecto, la generación de la electricidad en esas trece plantas estará a cargo de la propia CFE, y aun cuando hay ciertamente trabajadores muy productivos que trabajan en esa empresa pública, también hay una burocracia altamente ineficiente. Además, los costos de operación de la CFE son significativamente más altos que en cualquier empresa privada del sector eléctrico, si no por otra cosa porque la edad de retiro no es a los 65 años sino a los 55 (otra grilla de Bartlett), lo cual implica mayores costos.
Por tanto, una de dos, o habrá eventualmente mayores tarifas eléctricas para los usuarios o el gobierno federal tendrá que subsidiar aún más la electricidad. El presidente, sobra añadir, elegirá esta segunda opción y todos acabaremos por pagar el pato.