El jueves 9 de noviembre del año 2023 tuvo lugar una votación en la Cámara de Diputados que será registrada, en la larga historia del Poder Legislativo de nuestro país, como una de las más vergonzosas. Obviamente por órdenes superiores, los diputados de Morena y sus contlapaches (PVEM y PT) votaron en contra de una iniciativa de la oposición que buscaba asignar presupuesto suficiente para la reconstrucción de Acapulco tras la tragedia ocasionada por el huracán Otis.
Excepto por algunos reclamos, como el muy digno de la diputada morenista Selene Ávila, la borregada obradorista, entre ellos seis del propio estado de Guerrero, condenó a 800 mil acapulqueños y a otros cientos de miles de personas de municipios circunvecinos a rascarse con sus propias uñas.
Si Andrés Manuel López Obrador no hubiera extinguido el fideicomiso del Fonden, otro gallo le hubiera cantado a Acapulco. Habría disponibles más recursos y de manera multianual, pero además habría una serie de reglas que hubieran delineado la mejor forma de enfrentar las secuelas del desastre natural. Consecuencias económicas y ambientales, por no hablar del sufrimiento humano, que persistirán por mucho tiempo.
Una regla era, por ejemplo, que si bien el gobierno federal tenía que encargarse de la infraestructura federal perdida, correspondía tanto al Fonden como al gobierno estatal sufragar el apoyo a las viviendas de la población de escasos recursos, así como pagar la reconstrucción de la infraestructura estatal y municipal. Para financiar al gobierno federal y al estatal se emitían bonos catastróficos que podían hacerse efectivos en una emergencia. Así pues, todo estaba previsto…, hasta que llegaron los chivos en cristalería.
En el imaginario colectivo el puerto de Acapulco siempre ha ocupado un lugar especial. No tiene, ni lejanamente, playas tan hermosas como las del Caribe mexicano o las de otras costas en el propio litoral del Pacífico, pero vaya que tiene una portentosa bahía. No en balde entre 1565 y 1815 el tránsito de bienes entre Asia y América se dio mayormente a través de la ruta comercial entre Manila y Acapulco. Dependiendo del puerto de origen, cuando una nave se aventuraba a cruzar el Pacífico se le conocía como el Galeón de Manila o el Galeón de Acapulco. Aunque para los niños mexicanos el nombre más memorable siempre ha sido la Nao de China.
Pero ni siquiera ese pasado ilustre hizo que la borregada tuviera una pizca de conmiseración por los habitantes del puerto. Los magros recursos para la reconstrucción que provendrán por parte del gobierno federal, por no hablar de los pocos que canalizará el gobierno de Guerrero, serán claramente insuficientes dada la gran magnitud del desastre.
Para que Acapulco pueda volver a ponerse en pie, se requerirán fondos considerables de ayuda por parte de la sociedad civil, los organismos no gubernamentales y las propias empresas del sector turístico. Excepto por los hoteles modestos en las zonas menos visitadas, la mayoría contaba para su fortuna con un seguro de riesgos catastróficos. Les toca, pues, también a ellos solidarizarse con todos los acapulqueños que diariamente acudían para ofrecer su trabajo y poder vivir.
En otros estados la manera de ayudar es llevando donaciones en especie a los centros de acopio, o, lo que es más expedito, haciendo transferencias a instituciones como la Cruz Roja.