Hace algunos días la revista estadounidense The Atlantic publicó un excelente artículo de David Frum, uno de sus editores principales. El artículo lleva como título “The autocrat next door”, el cual podría traducirse como “El autócrata de al lado”. Frum es un periodista reputado en los medios estadounidenses, además de ser un buen conocedor de la Casa Blanca, pues escribía los discursos para el presidente George W. Bush.

Entre las conclusiones a las que llega Frum en su trabajo traducimos, de manera un tanto libre, las siguientes dos: “La única manera como López Obrador puede afirmar ser verdaderamente un transformador es en su aspiración de eliminar la democracia multipartidista y regresar a México a su pasado autoritario […] En los próximos meses la democracia mexicana enfrentará duras pruebas. Si México puede superarlas, un mundo de progreso lo espera. De lo contrario, el país corre el riesgo de caer en un autoritarismo en el centro y una anarquía al interior”.

La primera de esas frases no causaría sorpresa alguna a los mexicanos, pero la segunda es, por decir lo menos, temeraria. Muchos estarían de acuerdo con la primera. Es realmente infantil, sin ánimo de ofender a los niños mexicanos, hablar de la dichosa cuarta transformación, cuando la mayoría (si no es que todos, incluido el presidente) no tenemos ni la más remota idea de lo que significa ese término de ocurrencia. Lo único que sí es claro es que dicha transformación, si se da, pudiera acabar por ser regresiva en términos políticos: lo que tenemos hoy puede convertirse, políticamente hablando, en lo que teníamos antes de los años noventa del siglo pasado.

Pero es la segunda aseveración de Frum la más interesante. Dicho tal cual, crudamente, lo que él afirma es que López Obrador podría, tras las elecciones presidenciales que pronto vendrán, transformarse de un autócrata a un tirano.

Los autócratas y los aspirantes a autócratas han sobrado, sobran y sobrarán en el mundo. Son aquellos políticos que logran, por meras circunstancias históricas o a través de las mentiras y las componendas, gobernar casi sin restricción alguna a una nación. En Estados Unidos Donald Trump lo intentó de manera infructuosa, acá Andrés Manuel López Obrador ha sido un tanto más exitoso. El fanatismo de sus seguidores, algunos insospechados, da cuenta de ello.

Pero en su segunda aseveración Frum va más allá y afirma de manera tácita que Andrés Manuel López Obrador puede acabar transformándose en un tirano. Ese término no debería usarse a la ligera, pues refiere en particular a los autócratas que detentan el poder no por derecho, sino por la fuerza. Ejemplos en la historia de América Latina no faltan, el nicaragüense Daniel Ortega es uno de ellos.

Esperemos, sin embargo, que todo quede en los insultos a sus rivales que le gusta propinar a López Obrador a diario en su mañanera. Allí, en ese ritual donde asisten de lunes a viernes periodistas afines y trasnochados, el mandatario, además de solazarse con su propio poder, puede tratar de destrozar de un segundo a otro la reputación de mexicanos ejemplares, y al parecer eso es suficiente para él. “La calumnia cuando no mancha, tizna”, le gusta decir al presidente. No pocos compatriotas han acabado por comprobar la verdad de ese dicho.

Investigador emérito del SNI