Debido a la caída de la economía mexicana en este año aciago, el presidente López Obrador decidió no darle ya importancia a las cifras que provengan del sistema de cuentas nacionales. Dado que López Obrador piensa que, a pesar de la crisis, la población mexicana es muy feliz, ha instruido a su gobierno a que de aquí en adelante se ponga un especial énfasis en la medición del bienestar en el sentido más amplio del término.
Por fortuna, como se detallará en esta columna, para el cálculo de esos índices amplios del bienestar no se tendrá que gastar más dinero de los contribuyentes levantando encuestas metodológicamente deficientes u organizando votaciones. Dos prestigiados organismos, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) pueden ayudar en esa tarea.
El crecimiento económico de un país no siempre se refleja en un mayor nivel de desarrollo humano. El crecimiento es una condición necesaria, pero no suficiente. Esto ha sido reconocido en la literatura económica desde hace muchas décadas. Para dar tan solo un ejemplo, el sueco Gunnar Myrdal ganó el premio Nobel en 1974 justo por su trabajo sobre la interdependencia entre los fenómenos económicos, institucionales y sociales, especialmente en Asia.
Consciente de lo anterior, desde 1990 el PNUD ha estimado para muchos países el llamado Índice de Desarrollo Humano. Dada la muy heterogénea calidad de los datos que se tenían en cada nación, para estimar este índice utilizó en su origen solo tres indicadores básicos. Primero, la longevidad potencial de los habitantes en cada país, medida por la esperanza de vida al nacer. Segundo, el nivel educativo, medido a través de la proporción de los habitantes alfabetizados y de los años de escolaridad promedio. Y finalmente, el ingreso real per cápita, medido por el producto interno bruto (PIB) per cápita, tras expresarlo en términos de su poder adquisitivo de compra en cada país.
El índice del PNUD ha ido perfeccionándose a lo largo de los años.Ya inclusive el organismo calcula uno complementario para cada país, el cual se ajusta para tomar en cuenta no solo la desigualdad del ingreso sino también las desigualdades en educación, longevidad y género. Además, la oficina del PNUD en México no solo calcula el índice nacional, sino que también lo hace para cada una de las entidades federativas e, inclusive, para los municipios o las ciudades más importantes de nuestro país. Así pues, para los propósitos del Presidente, el trabajo del PNUD le cae literalmente como anillo al dedo.
Pero las buenas noticias no acaban ahí. Resulta que el Inegi, nuestra siempre confiable fuente oficial de estadísticas —un organismo reconocido internacionalmente, por cierto, aunque pocas veces sea justipreciado por nosotros—, recaba desde octubre de 2015 lo que llama el “indicador de bienestar subjetivo de la población adulta en México”. Este índice, denominado por el Inegi desde entonces el BIARE ampliado, recoge información sobre el nivel de satisfacción con la vida que afirman tener los mexicanos.
El BIARE se basa en la medición de bienes intangibles, y por tanto olvidados en muchas estadísticas, sobre aspectos tales como, para citar la descripción del propio InegiI, “la autonomía personal, el sentimiento de logro, de seguridad, los afectos, la familia, los amigos (bienes relacionales) o el sentimiento de propósito en la vida”.
El BIARE del Inegi se libera públicamente cada semestre. Su cálculo se publica a nivel nacional, pero también a nivel de las treinta y dos entidades federativas. Ciertamente el indicador BIARE cae también como anillo al dedo para evaluar el impacto de esta crisis sobre el bienestar de los mexicanos. Por cierto, los valores del indicador para la primera mitad de este año se conocerán el 27 de agosto. Habrá que estar al pendiente.
Profesor del Tecnológico de Monterrey