Me dio mucho gusto ver que llegara la primera vacuna a México. Me dio esperanza. Es el fruto de que, como nunca antes en la historia, tantas mentes científicas se alinearan para conseguir un solo objetivo, y gobiernos y empresas privadas les aportaran enormes cantidades de dinero para que lo lograran. Qué bueno que el gobierno de México tiene apalabradas decenas de millones de dosis. Ojalá todas sean un éxito.

Tengo muchas ganas de vacunarme, pero no estoy dispuesto a hacer nada para “saltarme lugares” en la fila. Las primeras vacunas deben ser para el personal médico en la primera línea de fuego y para las personas con mayor vulnerabilidad frente al virus. No quisiera un mercado de vacunas —legal o ilegal— donde se la pone primero el que la puede comprar. Estoy a favor de que el gobierno lidere y controle la vacunación en este primer tramo estratégico. Yo me formo y me espero.

En México, la fila es larga y desordenada. La espera también lo será. Lo que hemos visto en estos días preocupa: con apenas 50 mil dosis disponibles, el gobierno ha generado filas de horas para ponérsela, esperas interminables para doctores que podrían estar salvando vidas, errores en las listas de a quiénes les toca, abusos de funcionarios. ¿Qué va a pasar si llegan, como se anunció, lotes de 2, 3 millones de dosis? ¿Qué caos nos espera? En descargo del gobierno obradorista, México no es el único país del mundo que tiene problemas en el arranque de la vacunación. En España y Estados Unidos llevan el 10% de lo prometido. En Francia, aún menos. En el propio Estados Unidos un trabajador arruinó deliberadamente 500 dosis en Wisconsin y en Virginia del Oeste 42 personas recibieron tratamiento anti-Covid en vez de vacuna.

En el terreno político, como era previsible, en México, el presidente y su partido tratan de conquistar votos con las vacunas. Me parece absolutamente normal que haya un efecto electoral a favor del gobierno por conseguir y empezar a aplicar la vacuna. Pienso que cualquier gobierno y los partidos de los que emanan son evaluados en función del éxito o fracaso de su gestión, y tienen el derecho de presumir sus logros y tratar de matizar sus errores.

¿Por qué entonces criticar al presidente López Obrador, a su gobierno y a su partido por los tropiezos en la aplicación de la vacuna y el uso electoral que están haciendo de ella? Por hipócritas. Porque dicen que pueden con todo y no pueden con casi nada. Porque dicen que no cometen un error y más bien es difícil encontrarles un acierto. Porque son incapaces de admitir que son malos implementando, mucho menos aceptan dejarse ayudar por iniciativas privadas aún cuando el retraso en la vacunación cueste muertes. Porque usan electoralmente la exigua vacunación cuando fueron ellos justamente desde la oposición los que, dolidos por el resultado oficial de la elección de 2006, impulsaron cambios a la ley en México para que el presidente y su partido no puedan usar electoralmente los programas que se consigan con dinero público. Sin entrar a discutir el mal gusto y la falta de ética que exhibe, el spot de Morena para conseguir votos por la vacunación sería normal en cualquier país. El problema es que en México es ilegal porque así lo exigió el obradorismo hace años.

SACIAMORBOS En tres días se cumple un mes de que el gobierno presentó el plan de vacunación en la mañanera y el canciller Ebrard dijo: “misión cumplida”. A un mes de distancia, a un mes del “misión cumplida”, ha sido vacunada el 0.04% de la población objetivo.

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