La primera conferencia mañanera sin el presidente López Obrador no estuvo exenta de los elementos que la han posicionado como ese morboso circo. El lunes, una nerviosísima secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, quiso terminar sin aceptar ninguna pregunta, y fue hasta que los reporteros ahí presentes empezaron a soltar sus cuestionamientos a voz en cuello, que aceptó quedarse unos minutos más y responder.

Aunque la duda general de la prensa tenía que ver con la salud del presidente, ante la información contradictoria y con cuentagotas que se había soltado, un preguntador de los que le hacen comparsa al primer mandatario tomó el micrófono para lanzar una larga perorata de elogios al gobierno y de paso, emulando al mandatario y quizá para complacerlo a larga distancia, llamó “pasquín” al periódico Reforma. Luego otra de las identificadas como reporteras tomó la palabra para acusar a otro reportero ahí presente, quien luego pidió derecho de réplica para defenderse, cuando ya aquello parecía todo, menos la conferencia de prensa de una nación cuyo jefe de Estado acababa de contraer coronavirus y se sustraía de sus actividades.

El show debe continuar. Y si el presidente se enferma, ahí está el espectáculo montado para quien tome su lugar: personajes que se disfrazan de periodistas, se ostentan como representantes de medios de comunicación artificiales, creados como en microondas al amparo del sexenio actual, y que interpretan el oficio como un ejercicio de adulación permanente en el que no cabe el menor asomo de crítica a su entrevistado. La consultora SPIN tiene datos duros sobre cómo la inmensa mayoría de las preguntas en dos años de mañaneras han surgido de medios de comunicación prácticamente desconocidos y totalmente afines al gobierno federal. Y cómo, si te sientas en la primera fila —butacas predilectas de los cortesanos— tienes 80% de probabilidad de que te den la palabra para preguntar.

Le ha de haber dado un poco de pena ajena a la secretaria de Gobernación. Porque para el tercer día que encabezó la mañanera, de plano pidió que pudieran preguntar más reporteros de verdad: “¿Alguien de Reforma y de EL UNIVERSAL? Para que podamos también tener aquí a los diarios más importantes”, se sinceró.

Bofetada con guante blanco al vocero presidencial, Jesús Ramírez, director de esa patética orquesta.

SACIAMORBOS


En esta singular seducción que tiene por los autócratas, el nuevo mejor amigo de la 4T es Vladimir Putin. El presidente de Rusia ofreció mandar 24 millones de vacunas Sputnik V, y según el director del Insabi, éstas empezarán a llegar tan pronto como la próxima semana. Un pequeño problema: la vacuna no está autorizada en México ni en ningún país cuyos organismos de evaluación de medicamentos tengan prestigio. ¿Por qué no está autorizada? Porque Rusia no ha publicado los resultados de la Fase III, en la que se prueban las dosis en miles de personas. López-Gatell, el fallido científico, dice que ya vio un expediente informal con los resultados de esa prueba, que se los mostraron extraoficialmente en Argentina y que todo luce bien. Vaya alivio. México está por sumarse a la lista de países que dan su visto bueno a la vacuna-Putin: Venezuela, Turkmenistán, Palestina, Bielorrusia, Argelia, Emiratos Árabes, Paquistán… Y de nuevo, a sepultar las palabras de López-Gatell, a quien el 11 de agosto del año pasado le preguntaron justo sobre la vacuna rusa, y con ese aire de suficiencia que lo condena a la contradicción rutinaria, soltó: “no se puede empezar a utilizar una vacuna que no haya terminado satisfactoriamente los estudios de Fase III, no se puede, no se debe, por razones éticas de bioseguridad”.

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