Una nueva discusión invade las entrañas de los medios de comunicación tradicionales en México. El nuevo argumento de quienes desean presionar a sus periodistas cuando critican al poder es: ¿qué no te das cuenta del resultado de la elección, qué no viste lo que pasó? Me lo han confiado colegas que trabajan en periódicos, radio y televisión.

Quizá animados también por otros factores político-financieros, muchos dueños de medios de comunicación han tomado medidas que han puesto sobre la mesa una discusión muy interesante sobre la libertad de expresión: la sobrerrepresentación mediática.

Como si el periodismo y la opinión tuvieran que ser reflejo de una votación, o peor aún, de los inflados porcentajes en el Congreso, de unos meses para acá han ido llenando sus espacios de opinión de voces del régimen. El equipo de Claudia Sheinbaum elaboró una lista de opinadores criados desde su séquito, la distribuyó a quien extendió la mano y sus recomendados rápido tuvieron chamba.

Como he comentado en columnas anteriores, esta camada de opinadores no tiene como propósito central expresar sus puntos de vista sino defender un proyecto político al que pertenecen. Están en esas páginas, esas estaciones y esas pantallas para cumplir ese objetivo primordial (no me estoy refiriendo a los representantes de partido con cargo público, sino a los que se disfrazan de independientes). Considerarlos contrapeso de opinadores realmente independientes —a los que un alud de propaganda presidencial ha colocado en la lista negra de los “adversarios”— constituye un desequilibrio fácilmente palpable: a los “opositores” al régimen no se les ve defendiendo las propiedades de Alito ni los convenios secretos de Marko; en cambio, la camada claudista llega al descaro de defender a Bartlett.

En mis años universitarios escuché a la gran Ikram Antaki decir en Radio Red una frase que nunca se me olvidó: “la verdad no es democrática”. Si la gente vota mayoritariamente porque 2+2=5 eso no lo vuelve verdad.

Independientemente de los resultados electorales de junio, hubo cuatro años de desabasto de medicinas y desaparecer el seguro popular dejó a 30 millones de mexicanos sin servicios de salud; este sexenio tuvo 30% más homicidios que el sexenio pasado; fue mal negocio hacer el AIFA, el Tren Maya tiró 7 millones de árboles, la Megafarmacia es un chiste caro y la refinería Dos Bocas costó el doble y aún no funciona; el hijo de AMLO vivía en una mansión en Houston, Pío López Obrador recibió dinero en efectivo en sobres amarillos y dijo que era para su hermano, y Amílcar Olán se volvió multimillonario de la noche a la mañana y contó que fue gracias a los contratos que le dieron sus íntimos amigos, los hijos de López Obrador; en Segalmex se robaron 15 mil millones de pesos y el director general sigue trabajando en el gobierno. Y muchas más.

El votante pudo haber valorado de distintas maneras estas piezas de información, pero el resultado de la elección no determina si son verdades. ¿Los opinadores claudistas son capaces de aceptar estos datos incontrovertibles? En sus primeros pasos, no.

Lo cual arrastra a una segunda discusión, que he abordado previamente: si el 60 o el 70% del país comparte la visión del presidente y la presidenta, ¿dónde están las grandes estrellas mediáticas del obradorato? Con ese respaldo popular, los periodistas del régimen deberían tener un rating inalcanzable. Pero no. Se les han abierto de par en par las puertas de muchos medios, y su impacto es marginal.

Vaya que han sido tiempos interesantes, de desafíos también, para el periodismo y la libertad de expresión.

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