El 30 de octubre de 2018, aún como presidente electo, Andrés Manuel López Obrador envió un mensaje a los empresarios del país. En el video que grabó para informar sobre lo que sería la cancelación del aeropuerto de Texcoco, colocó deliberadamente a su lado una copia del libro “¿Quién manda aquí?”. Para los observadores, un mensaje claro: había llegado ya y las decisiones las tomaría él.
Estamos a punto de que se cumplan cuatro años de ese video. Si nos volvemos a preguntar “¿Quién manda aquí?” la respuesta es muy distinta:
Después de que revelamos el hackeo del grupo Guacamaya a la Secretaría de la Defensa Nacional, se ha publicado un alud de noticias revelando documentos, análisis, informes de inteligencia, reportes de actividades. En todo lo que se ha expuesto hay un hilo conductor: el Ejército manda en México.
El Ejército está involucrado en todos los temas relevantes de política pública del país. Eso, si no lo sabíamos, lo intuíamos. Nada más que ahora está también documentado. Pero lo que no habíamos dimensionado es el limitado papel en el que queda el presidente de México. Hoy Andrés Manuel López Obrador luce sometido a las Fuerzas Armadas, actuando como un simple vocero de los análisis e intereses del Ejército. La mañanera se vuelve un simple ejercicio de validación, confirmación y divulgación de lo que los militares le dicen. El Ejército le dice. El presidente asume. La reunión de seguridad que se realiza todos los días previa a la mañanera se antoja como la línea de transmisión.
Hay ejemplos contundentes para reforzar esta suerte de mando de los militares sobre el presidente:
Un cable de los ventilados en el hackeo clasifica al movimiento de las mujeres como “subversivo”. El presidente califica a las mujeres así. Un correo del agregado cultural militar en la OEA descalifica al secretario General Luis Almagro. Inmediatamente después el presidente da su personal “opinión” y coincide, claro. El Ejército dice que las tareas que realizan no son espionaje son labores de inteligencia. El presidente sale a defender, con el mismo mensaje: “es que ellos tienen labores de inteligencia que llevan a cabo, que no de espionaje, que es distinto”. El Ejército hace valoraciones políticas antes de las elecciones, hace pronósticos de resultados, alerta de las entidades en las cuales Morena va mal, entra un trabuco de operación electoral de último momento y se voltea la elección. Así pasó en San Luis Potosí. El Ejército plantea al presidente hacer una aerolínea y el presidente lo valida confesando que se lo habían notificado días antes.
El hackeo de Guacamaya ha servido para echarle luz a la compleja relación entre el presidente y el Ejército. Y claramente la balanza de poder no es como la imaginábamos.
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