No hay quien en el gabinete de López Obrador hable bien del doctor Hugo López-Gatell, el ridiculizado zar para la pandemia. A la sorda, se queja de él hasta su jefe directo y maestro, el secretario de Salud, Jorge Alcocer. Lo detestan en la vocería de Jesús Ramírez porque no hace caso a las recomendaciones de comunicación que le hacen. No lo toleran en la cancillería de Marcelo Ebrard, porque ha sido incapaz de organizar un plan ambicioso de vacunación y México tiene 20 millones de dosis en la bodega porque López-Gatell sencillamente no puede ponerlas a un mejor ritmo. En el staff del presidente en Palacio Nacional consideran que su impericia le pega a la imagen de López Obrador. Están hartos de él en las Fuerzas Armadas porque les toca entrar a suplir sus deficiencias. En Morena lo consideran un pasivo y sus pleitos con la jefa de Gobierno, favorita de AMLO para la carrera sucesoria, son materia de reportajes internacionales. Figuras, dirigentes, legisladores de la 4T están agotados de defender al indefendible. Me lo han dicho una y otra vez varias fuentes a lo largo de las últimas semanas.

Nadie se explica por qué sigue al frente de la lucha contra la pandemia el hombre que ha sido derrotado estrepitosamente por ésta. López-Gatell es responsable de que México sea uno de los peores países del mundo en el manejo de la pandemia. ¿Por qué entonces no lo ha despedido el presidente López Obrador?

Las propias fuentes oficiales esbozan una respuesta en dos vertientes: un cálculo personal y un cálculo político. En lo personal, el presidente de México no es de los que acepta que comete errores. Correr a Gatell sería admitir el fracaso ante la pandemia. En lo político, que mientras exista Gatell, la sociedad seguirá culpándolo a él del fracaso, y ese reclamo no llegará al presidente. Por eso vemos a López Obrador siempre escudarse en que todo lo que ha hecho su gobierno en la pandemia es “lo que diga el doctor Hugo”.

Sin embargo, el fusible se quemó hace tiempo. Y hoy queda claro que la necedad no es de Gatell, es del presidente. La apuesta por desdeñar los cubrebocas y despreciar las pruebas -hoy por hoy, las dos medidas mundialmente aceptadas como las más eficientes contra la expansión del virus- fue de Andrés Manuel López Obrador. Sin valentía ni personalidad, Gatell se traicionó como doctor y sencillamente adaptó la ciencia a la voluntad de su jefe máximo. Lo demás fue suplir con una creciente dosis de arrogancia su incapacidad para responder los genuinos cuestionamientos de la ciudadanía y sus cada vez más evidentes contradicciones.

Al inicio de la tercera ola, con el regreso a clases en puerta, el destino regala al presidente AMLO otra oportunidad simbólica para enmendar y poner al frente a un científico con verdad y liderazgo. Renovar el rostro de la desgracia del hundimiento por uno que implique la esperanza de la salida a flote. Del latín purgamentum, momento de desechar. Dudo que el presidente aproveche esta oportunidad. No está en su naturaleza.

SACIAMORBOS.— En el argot de los espías y funcionarios de inteligencia, le llaman “la bestia” o “la perra”. Cuentan que es una tecnología mucho más efectiva que Pegasus. Y el gobierno mexicano la tiene desde el sexenio de Peña Nieto. La compró entonces. Pegasus requiere que el espiado dé clic en un link para infectar el teléfono, y el truco es mandar al objetivo un mensaje que le resulte irresistible para que dé clic. Con la perra-bestia no hace falta el clic. Basta poner el número del teléfono de la persona a espiar, y listo: en el acto tienen un clon del aparato, con conversaciones, documentos, contactos, fotografías, etcétera.

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