Cuando la encarcelaron, Rosario Robles estaba armando todo para irse a vivir a Costa Rica. Tras su paso por dos secretarías estratégicas en el sexenio de Enrique Peña Nieto, había acumulado suficientes recursos. Pero sobre todo había visto pasar muchísimos más: desde que tomó posesión en la Sedesol en diciembre de 2012, se empezó a orquestar el esquema de desvío de recursos que se conoció después como la Estafa Maestra.
Según fuentes de alto nivel, que tuvieron acceso directísimo a toda esta información, eran millones y millones de pesos en efectivo que recibían en la dependencia de Rosario Robles y se enviaban directamente a Luis Miranda, el subsecretario de Gobernación y mejor amigo del presidente Peña Nieto. ¿Para qué se usaban? Aceitar maquinarias de corrupción, desactivar conflictos sociales sobornando dirigentes, comprar voluntades, comprar votos (lo mismo en las casillas que en el Congreso), mantener una nómina secreta con pagos extraordinarios a los altos funcionarios e ir haciendo el “guardadito” para cuando se agotaran las mieles del poder.
Ese dinero y ese poder eran la resurrección de Rosario Robles después de que había sido arrojada al basurero político ni más ni menos que por López Obrador. El tabasqueño la culpó de estar detrás de la primera serie de videoescándalos que exhibieron la corrupción en el círculo más íntimo del obradorismo cuando él era jefe de Gobierno. Los videos los grabó la pareja de Rosario, el empresario Carlos Ahumada. Cuentan que muchas veces López Obrador dijo en sobremesas privadas que, sin esos videos, él hubiera sido presidente en el 2006, en el mejor momento de su salud y de su carrera política.
Hasta que llegaron los videoescándalos de 2004, Rosario Robles estaba encumbrada: una exitosa jefa de Gobierno de la Ciudad de México, operó la elección en la capital del país a través de las Brigadas del Sol que lograron impedir que arrasara el “efecto Fox” y ganara López Obrador el DF por solo 3%, escaló hasta la dirigencia nacional del PRD… y todo se desmoronó. Desapareció varios años, que pasó momentos económicos muy difíciles, no tenía para pagar la colegiatura de su hija en la Ibero, tuvo que dejar la casa que habitaba, fue juzgada por su vida personal… hasta que una llamada la puso en el radar de la más alta política.
Cuentan que esa llamada la hizo Carlos Salinas de Gortari al puntero en las encuestas de la sucesión presidencial de 2012, Enrique Peña Nieto. Salinas se sentía en deuda con Rosario Robles por el papel central que jugó al desactivar a López Obrador y cómo lo terminó pagando. Se la recomendó a Peña.
En esa campaña presidencial, Robles se articuló a través del movimiento de Manuel Espino. Sus contactos principales en el equipo de Peña eran Ernesto Nemer y Carolina Viggiano; es decir, no era una de las operadoras de primera fila y quizá no esperaba integrar el gabinete en una posición que el priismo consideraba estratégica. A fin de cuentas, ella era una experredista que buscaba la redención con el tricolor.
Pero sucedió. Necesitaban una operadora para convertir en votos los programas sociales, algo en lo que el panismo de Fox y Calderón habían fracasado. Y en eso, Rosario es estrella. El priismo le puso a los subsecretarios —Nemer uno de ellos— pero le permitió encumbrar a dos de sus leales: Emilio Zebadúa como oficial mayor y Ramón Sosamontes como jefe de oficina. Y la instrucción fue clara: quiero estabilidad económica, nunca quiero volver a pasar la pobreza que pasé.
(Continuará…)