Alonso Ancira está preso otra vez. La primera ocasión lo detuvieron las autoridades españolas, a petición del gobierno mexicano, justo cuando abordaba su avión en Mallorca. Le dieron la libertad condicional casi año y medio y, hace diez días, tras perder un recurso sobre su extradición a México, el poderoso empresario mexicano, presidente de Altos Hornos (AHMSA) y pieza clave en el Caso Lozoya, se entregó voluntariamente.

¿Qué hizo usted mal?, le pregunté hace unos días cuando lo entrevisté para Latinus. “No haber estado con El Peje en sus momentos de elección”, contesta. ¿No haberle metido dinero a la campaña?. “Pues sí, eso a lo mejor hubiera suavizado o pavimentado muchas cosas”, deduce. Muchos priistas se arreglaron con López Obrador, le recuerdo. “Fueron más visionarios que yo”, remata.

Ancira conversa con enorme facilidad. Yo no recuerdo haber escuchado hablar públicamente a un empresario de ese nivel de la manera en que lo hizo el magnate del acero. Contó que aportó 2 millones de dólares a la campaña presidencial de Enrique Peña Nieto, que pagó 3 millones de dólares a Emilio Lozoya por una asesoría a unos meses de ser funcionario, pero asegura que no los sobornó, que con Peña perdió más de lo que ganó y que la venta de Agronitrogenados le convenía a México como negocio energético y al presidente como inversión política porque “es la forma más fácil de ganar una elección, si controlas los fertilizantes”.

Se quejó de que el gobierno federal de AMLO le congeló las cuentas, se las liberó porque no encontró nada irregular y no le dijeron ni el famoso usted disculpe. Ironiza: “no soy el Chapo” como para merecer disculpa presidencial. Y planteó: que el presidente López Obrador me ofrezca una disculpa, que desechen los procesos penales en mi contra y yo devuelvo los 200 millones de dólares que me acusan de haber recibido en sobreprecio de la venta de Agronitrogenados en el sexenio de Peña Nieto.

La entrevista se difundió el 5 de noviembre. Nunca imaginé lo que vendría después: a los dos días, reingresó a prisión, y el 11 de noviembre, su planteamiento mereció respuesta del presidente de México: “claro que le ofrezco una disculpa, nada más que devuelva los 200 millones de dólares”. Nada se dijo de los procesos penales.

Ancira me contó que vivía de maravilla en Mallorca, que caminaba despreocupado por sus calles y comía espléndidamente. Que viajaba por toda España —aviones privados y yate— pues sólo debía acudir a firmar cada dos días ante la Guardia Civil de cualquier lugar de ese país. Y que de hecho, la cárcel no le resultó un lugar tan insoportable. La describió como un hotel de dos estrellas: “está más feo el Instituto Cumbres (de la Ciudad de México) que la cárcel” local. No tenía cara de que esperaba entrar de nuevo ni me dijo nada al respecto durante el encuentro. Eso sí, le mandó una recomendación a Peña Nieto: “que corra, que se busque Timbuctú”.

El caso vive estos días su punto de quiebre. La libertad de Ancira y la viabilidad de su empresa. Su extradición y lo que pueda relatar en su declaración. Los 200 millones de dólares y la narrativa del presidente sobre la corrupción del pasado. Su entrevista me deja la sensación de que el empresario tiene para cooperar y tiene para atacar. Que va a dar, conforme vea: “soy un hombre de negocios, yo negocio todo menos a mi hija”.

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