El presidente de México parece estar preparando el terreno para levantarle la mano al dictador venezolano Nicolás Maduro, después de las serias acusaciones de haber cometido un fraude electoral el domingo para perpetuarse en el poder.

En la mañanera traslucen los sentimientos del presidente, y López Obrador nunca ha podido negar que su corazón late siempre muy cerca de los autócratas (Fidel, Chávez, Putin). El lunes vimos al presidente hacer un evidente esfuerzo contra natural de contención diplomática para no tomar partido ante la disputa electoral venezolana. Habló de esperar los resultados. Pero se fue soltando martes y miércoles. Conforme avanzaron las horas, empezó a quejarse de los que denuncian fraude en Venezuela, de los medios que no reconocieron que a él le hicieron fraude en el 2006, de la derecha venezolana, del intervencionismo de otros países. O sea que poco a poco se volvió el megáfono mexicano del dictador venezolano.

Las huestes obradoristas reclaman al presidente brasileño Lula -el verdadero líder de la izquierda latinoamericana- haber emitido un comunicado conjunto con Joe Biden, exigiendo transparencia en los resultados electorales de Venezuela. Y vapulean al izquierdista chileno Boric por desconocer la victoria de Maduro.

Como lo hizo a lo largo de todo el sexenio, López Obrador manipuló el concepto de no intervención y respeto a las soberanías nacionales. Lo usó y lo violó a conveniencia en media América Latina y ahora dice que no hay que meterse en Venezuela. Es exactamente lo que quiere Maduro: que nadie se meta, que nadie hable, que lo dejen hacer lo que quiera. En cambio, la oposición venezolana le está clamando al mundo que por favor se meta, que intervenga, porque la presión internacional puede ser el más efectivo contrapeso a los apetitos insaciables de poder del dictador. Si realmente creyera en la democracia, la no reelección, la transparencia, el respeto a la voluntad del pueblo y todos esos conceptos que usa como muletillas todas las mañanas, no llevaría años de timorato frente a los abusos de sus amigos dictadores.

Pero AMLO ya se va. Y para como pinta el conflicto postelectoral venezolano, le tocaría a la futura presidenta Sheinbaum definir posición. Será una oportunidad para definir el perfil.

SACIAMORBOS

1.- Efectos de los insultos mañaneros. Ana Gabriela Guevara, la jefa de la Conade cuyos desplantes han ofendido a no pocos atletas, fue captada en París comiendo en el cotizado Au Pied de Cochon. Uno de los mexicanos que la descubrió le dijo: “¿Te gustan los restaurantes conservadores?”. Sí, respondió la funcionaria. ¡Ratera!, reviró el ciudadano.

2.- No hay que perder de vista qué sucederá el próximo sexenio con tres funcionarios que han ocupado puestos estratégicos porque son operadores político-financieros de Andy López Beltrán, el hijo del presidente: De Botton en la Subsecretaría de Egresos de Hacienda, Martínez Dagnino al frente del SAT y Calderón Alipi en el IMSS Bienestar. ¿Repetirán, serán desechados, serán suplantados por nuevas caras que hagan el mismo trabajo para la misma familia?

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