En la mañanera del lunes el presidente confesó cuál es su prioridad para la recta final del sexenio. No es disminuir la violencia, enderezar la educación, acabar con el desabasto de medicinas ni transparentar los grandes casos de corrupción de su gobierno. La prioridad es la venganza personal.
Anunció que en los cuatro meses y medio que le quedan se va a encargar de procesar sus venganzas personales, combatir a quienes lo estén cuestionando. Hizo una lista inicial de objetivos entre los que me incluyó. ¿Su argumento? Que tiene derecho a defenderse ante todos los malos que lo atacan y que no quieren el bien del país… según él.
El sexenio terminará igual que como comenzó: el presidente destilando odio, atacando con fiereza para responsabilizar a otros de su propia incapacidad.
Su estrategia es clara:
Primero se pone en el papel de víctima. A pesar de que lleva siendo 5 años el hombre más poderoso de México, sigue con su cantaleta de que hay un grupo de adversarios conservadores a los que sólo les importa tener privilegios, que son los que manipulan a los medios para atacarlo. Como si no fuera evidente que la gran mayoría de los medios están entregados a él. La lista de periodistas y medios críticos a los que suele aludir palidece frente al concierto de medios masivos y comunicadores en espacios de privilegio que han bailado al son que les toca el régimen y han fungido como simples repetidores del discurso oficial, potenciadores del alcance de la versión de país que se sostiene en la mañanera.
Segundo, polarizar. Pide definiciones. Obliga a tomar partido. Estás conmigo o estás contra mí. Eres de los buenos o de los malos. Del pueblo o de la mafia.
El tercer paso es justificar el uso faccioso que le da al cargo de Presidente de México para violar la ley como forma de acción cotidiana. So pretexto que él lidera el bando de los buenos y que los malos son más poderosos, se salta la ley electoral, usa al SAT o la UIF para perseguir a quien quiera y exponer datos personales de quienes para él están en el bando contrario. Como si fuera lo mismo un periodista o analista que el presidente. AMLO presenta esto como una pelea pareja. Para él es pelea. Pero pareja no es por ningún lado: por muy influyente que sea un analista, un periodista o un intelectual, no se compara con el presidente de un país, que es el Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, que tiene 9 billones de pesos al año de presupuesto bajo su control y que cuenta además con los citados instrumentos de investigación del Estado para presionar, intimidar, someter, doblegar.
Pero así llevamos 5 años. El que dijo que iba a cumplir la ley, es el primero que la está violando. Siempre. En todo. Fue su modo de gobernar. La mentira y la ilegalidad. No tendría por qué cambiar en la recta final.