Los gobernadores salieron frustrados de la reunión con la presidenta Sheinbaum, según me han confiado varios. Unidos, pero frustrados. Se encontraron a una Presidenta muy clara de que la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca va a ser un huracán para México. Muy segura de que vendrá una oleada de deportaciones. Incluso cuantificó el impacto: para febrero, 10 mil migrantes, de golpe, estarían entrando a México.

Pero la doctora Sheinbaum no fue más allá. Una vez que hizo el diagnóstico, se volteó con los gobernadores y les dijo: estén preparados. No puso sobre la mesa un plan específico de contención. Sólo anunció que mandaría elementos de las Fuerzas Armadas, pero no dejó claro para qué. ¿Para detener a los migrantes, para conducirlos a algún lado? Nada de albergues, transporte, incluso espacios en cárceles para los que están acusados de crímenes allá (no acusados del “crimen” de migrar, sino sentenciados por delitos como temas de narco, asesinatos, violaciones). Algunos de los mandatarios asistentes le preguntaron por partidas presupuestales extraordinarias ante la emergencia, y se llevaron evasivas como respuesta.

En resumen, salieron con la impresión de que cada quien se tiene que rascar con sus propias uñas. Los más alarmados fueron obviamente los mandatarios del norte del país. A ellos les va a tocar recibir a “porta gayola” la embestida de las deportaciones masivas de Trump. Seis estados: tres de Morena, uno del PAN, uno del PRI y otro de MC. Hay lugares como Tijuana y Ciudad Juárez en los que el paisaje urbano ha cambiado dramáticamente en los últimos años por la presencia descontrolada de migrantes.

El diagnóstico presentado por la presidenta Sheinbaum a las gobernadoras y los gobernadores del país tuvo un tono diferente al que ha tratado de comunicar en su conferencia mañanera. En contra de la sensación de “vamos a poder arreglarlo” que trata de permear con la narrativa de sus conferencias de pren sa, a los mandatarios les dijo: esto va a pasar, y se va a poner difícil.

En algunos mandatarios la preocupación fue aún más profunda. Temen que la falta de control sobre la oleada de migrantes deportados pueda derivar en una crisis social y de seguridad. Que ante la falta de techo y comida, puedan desatarse actos de rapiña motivados por la desesperación, saqueos a tiendas de autoservicio y de conveniencia. El escenario es de alerta máxima.

Lo único bueno —coinciden los asistentes— es que existe un sentido de emergencia y también un enorme compromiso de enfrentar a Trump con unidad de todas y todos quienes encabezan una gubernatura, vengan del partido que vengan. Y eso, al menos eso, dejó un buen sabor de boca.

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