Las señales son importantes para un beisbolero como el presidente López Obrador.
En los últimos días, en vísperas de su reunión con los líderes de Estados Unidos y Canadá, el mandatario mexicano ha mandado señales, quizá sin pensar específicamente en ese encuentro.
Impulsó a sus diputados (suyos, porque le aprobaron sin cambiarle una coma su presupuesto para 2022 y dieron un espectáculo de sumisión al Ejecutivo sólo visto en esta administración) a que revivan su reforma energética y éstos le prometieron que pasará pese a la negativa opositora y pese a los reclamos cada vez más inisistentes de la iniciativa privada y congresistas de Estados Unidos.
Se negó a que México condenara la flagrantemente antidemocrática reelección de Daniel Ortega en Nicaragua.
Felicitó a la dictadura cubana de Miguel Díaz-Canel el mismo día en que el régimen castrista de la isla intensificó la represión para evitar una reedición de las recientes protestas populares.
Ayer, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, mandó sus contraseñales.
Funcionarios de la Casa Blanca adelantaron que en la reunión de mañana planteará a México y Canadá asegurar que se profundice la integración energética trilateral, con respeto a la lucha en favor del medio ambiente, puntos claramente opuestos al propósito central de la reforma que impulsa el presidente de México.
También dieron a conocer que pedirá una postura común a México y Canadá para exigir respeto a las libertades en Cuba.
Y por último, su gobierno anunció que Daniel Ortega, su vicepresidenta y esposa, y miembros de su gobierno tienen prohibida la entrada a territorio estadounidense.
El tema de la reforma energética es central en la relación México-Estados Unidos y en la buena marcha del acuerdo trilateral de libre comercio, el T-MEC.
Lo de Cuba y Nicaragua son solo señales de dónde se ubican los socios comerciales. Mucho antes que esos temas están en la agenda trilateral de esta semana la migración, la cooperación económica y el combate conjunto a la pandemia de Covid-19. Pero sí está considerado abordar lo que Estados Unidos postula como “liderazgo” de los “tres amigos” para responder a desafíos regionales y globales.
Desde que se concretó la victoria electoral de Biden sobre Donald Trump, el mandatario mexicano ha jugado a endurecer postura con el gobierno del demócrata. A la hora de las definiciones, como ha sido en el tema de la contención de los migrantes con la Guardia Nacional, López Obrador ha aceptado iguales o incluso más duras condiciones con este gobierno de Estados Unidos que con el anterior de su amigo Trump.
Pero la tentación de seguir su máxima de que la mejor política exterior es la interior parece no cesar en el ánimo de López Obrador y sigue adoptando posturas para obtener el aplauso de los duros de la izquierda mexicana y latinoamericana.
La decisión de apoyar el tratado de libre comercio ha sido una de las excepciones desde antes de la toma de posesión del mandatario mexicano. Aunque no guste a los populistas de la izquierda de hoy, López Obrador ha entendido que es estratégico no minarlo, porque las consecuencias económicas serían catastróficas. La reciente decisión de Morena en el Senado de mandar a 2022 la discusión de la reforma energética va en ese sentido.
Pero el margen de jugar a inscribirse en el bolivarianismo-castrismo y revivir la retórica setentera estatista del priismo parece reducirse.
Podría resultar vano el cálculo de algunos funcionarios cercanos a López Obrador en el sentido de que la debilidad interna de Biden —llegó a su más bajo nivel de aceptación popular esta semana— juega a favor de la agenda del actual gobierno México.
En esta reunión habrá discursos amigables y hasta elogios. Las posturas de fondo se verán con claridad poco después. La reforma energética lopezobradorista-bartlettiana no parece tener mucho futuro.