Medir la felicidad, el bienestar, el desarrollo, poner énfasis en el combate a la desigualdad, no es una ocurrencia obradorista. Desde hace muchos años en todo el mundo, intelectuales de primera fila, laureados economistas y respetados académicos, han planteado la necesidad de ensanchar la manera de medir el éxito de las políticas económicas de un país para tratar de retratar mejor el estado de una nación.

Esta idea cobró especial fuerza tras la crisis económica de 2008, símbolo del fracaso del modelo económico neoliberal, cuya implementación no ha tenido los resultados esperados y ha profundizado las desigualdades sociales en muchos países.

¿Por qué entonces nos sentimos timados por el presidente López Obrador cuando habla de esto? Quizá porque, en realidad, nos está timando.

Su búsqueda de nuevas mediciones económicas no parece responder a una inquietud intelectual, sino a la necesidad de esconder sus malos resultados en las métricas que hoy son referencia. Y al atacar incesantemente al neoliberalismo parece buscar empuje para imponer un modelo todavía más viejo y fracasado, en vez de liderar en alguna ruta con sabor a futuro por la vía de la libertad económica y la responsabilidad social, como la que han puesto en marcha algunos países de envidiable estatus.

Cuando era opositor, López Obrador criticaba a los presidentes en función de las métricas de siempre. Sobran tuits y declaraciones para probarlo. Incluso antes de la pandemia, apostó públicamente al crecimiento económico. Cuando inversionistas, analistas y agencias calificadoras le advertían que sus políticas estancarían la economía, y empezaban a bajar sus pronósticos, el presidente apostó que crecería 2%. Resultó ser 0%, besando la recesión.

Íbamos tan mal… y llegó el coronavirus. Ante ello, el presidente de México decidió actuar a contracorriente: como se señaló en la prensa extranjera hace unos días, el de México es el único gobierno del Hemisferio Occidental que no tiene un programa de subsidios a su población para paliar la crisis económica que trajo la pandemia. Los pronósticos para México son desastrosos: la economía estará cayendo más de 7% este año y la recuperación será lentísima. Ya se nota y ya se siente.

Así, en las métricas económicas tradicionales que se usan para comparar entre países, México será de los peores evaluados en el mundo. Por eso el presidente quiere ver si con otras medidas sale mejor.

Felicidad, desarrollo, bienestar, son métricas que se hacen ya en muchas partes del mundo de manera profesional y especializada. Incluso el Inegi ha avanzado en este tenor por varios años.

No tiene nada de malo tomarle la palabra al presidente y que se ensanchen las métricas del país para tener una visión más completa de la realidad. Sólo que, dadas las motivaciones presidenciales, habrá que cuidar dos condiciones: primera, que los nuevos índices no sean un traje a la medida del presidente, sino que la metodología esté en sintonía con lo que se hace en el mundo y esté avalada por especialistas apartidistas; y segunda, AMLO prometió ciertos niveles de crecimiento del PIB, creación de empleos e inversión, y en función de esas promesas será evaluado.

Y claro, no hay que olvidar que en todo el mundo las decisiones de inversión se siguen tomando con las métricas tradicionales, y sin inversión privada sencillamente México va al colapso, y eso hasta el presidente lo ha aceptado públicamente.

SACIAMORBOS

En el futbol, no está mal determinar cuál es la afición mejor portada, el uniforme más bonito, el equipo que cometió menos faltas, pero gana el que metió más goles y punto.

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