Ayer regresó Ken Salazar a Palacio Nacional. Cómo han cambiado los vientos para el embajador de Estados Unidos en México. Ayer festejó que estaba de vuelta. Dijo que era una alegría. Antes, a lo largo de prácticamente todo el sexenio de López Obrador, verlo en Palacio no era novedoso ni inusual.

Qué ingrato está siendo el régimen con el embajador Salazar. Qué ingrato fue López Obrador con él en sus últimas semanas de presidente y qué ingrata está siendo Claudia Sheinbaum:

Ken Salazar fue un aliado invaluable del obradorato. Le consintió todo al régimen. No lo presionó para nada. Para cada insulto de López Obrador a Estados Unidos y su historia, había una declaración despresurizada de Ken Salazar. Por cada acusación al gobierno estadounidense y sus agencias de inteligencia, de Salazar salían palabras propositivas. Por cada intromisión de López Obrador en los temas americanos, había una respuesta calmada y amistosa.

Más aún: cuando la sociedad civil, las instituciones autónomas, la intelectualidad crítica, la oposición, agraviados todos por los evidentes abusos de poder antidemocráticos de AMLO buscaron un apoyo en Estados Unidos como promotor internacional de los valores democráticos occidentales, el embajador no les ofreció megáfono ni abrigo. Por el contrario, defendió al presidente López Obrador y promovió en Estados Unidos su discurso. Lo exhibió hasta el New York Times en su portada. Frente a algunos atropellos de López Obrador, fue más duro y exigente Anthony Blinken, número dos del presidente Joe Biden, que su representante en México.

Y a cambio del agua tibia, el poderoso líder izquierdista latinoamericano siempre tuvo palabras de cariño para su amigo Ken. Y viceversa. Con el visto bueno que le daba esa relación, la estrategia del embajador Ken Salazar para defender los intereses americanos frente a los amagos obradoristas fue buscar arreglos individuales en la confianza de Palacio Nacional, en vez de impulsar condiciones de aplicación general.

Pero todo cambió el jueves 22 de agosto.

Convencido o no de sus palabras —cómo saberlo— Ken Salazar se lanzó contundentemente contra la reforma judicial. Acusó que erosionaba la democracia, que facilitaba la vida a los narcos y que invitaba a la crisis económica. Convencido o no de sus palabras —cómo saberlo—, López Obrador decidió usar a Ken Salazar de chivo expiatorio y “pausó” la relación con su amigo y la oficina de éste.

Por más que después el embajador le bajó al tono, no se la perdonaron. Por más que guardó un largo silencio, no se la perdonaron. Incluso la semana pasada la presidenta Sheinbaum —en un doble golpe: a AMLO y a Salazar— arrinconó aún más al representante diplomático obligándolo a tramitar todos sus asuntos a través de la cancillería porque “acostumbra llamar a un secretario o a otro secretario”.

Qué ingratos con Ken Salazar, que se jugó su propio capital político en Washington con tal de apapachar al obradorato. Ayer volvió a Palacio Nacional y hasta él sintió diferente.

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