En su mañanera de ayer, el presidente se confesó sobre la consulta de revocación de mandato. Después de semanas de jaloneo porque no ha querido que se asigne al INE el dinero que se necesita para organizar una consulta profesional y confiable, López Obrador se abrió: “los ciudadanos podrían hacer la consulta: se organiza el pueblo… en cada estado, en cada municipio, se forma un comité ciudadano de personas de inobjetable honestidad, son 2,500 comités en los municipios, (comités) ciudadanos, y esos comités convocan y todos participan, y consiguen las mesas y las cajas, las papeletas, y a votar y a contar los votos”.
Como su “pecho no es bodega”, el presidente tardó, pero terminó por sincerarse: lo que quiere es otra consulta patito como las que ya ha hecho. Hubiéramos empezado por ahí. De haber sabido, nos ahorrábamos el debate, el golpeteo al INE, los llamados a defender la democracia frente al tiranuelo de Palacio.
El hombre que durante años exigió elecciones limpias, transparentes, democráticas, impolutas y bien organizadas, se ha vuelto un profesional de la trampa electoral. Empezó con sus elecciones patito con aquella consulta del aeropuerto. Fue en octubre de 2018. Ahí —nunca mejor dicho— agarró vuelo, porque le siguieron: en noviembre de 2018, la consulta patito sobre los programas prioritarios; en marzo de 2019, la consulta patito para la obra del Istmo de Tehuantepec, en Oaxaca y Veracruz; en junio y julio de 2019, la consulta patito para la refinería de Dos Bocas; en diciembre de 2019 la consulta patito para el Tren Maya en Quintana Roo, Tabasco, Campeche, Chiapas y Yucatán; en marzo de 2020, la consulta patito para rechazar la planta Constellation Brands en Baja California; y finalmente, en agosto de 2021, la consulta patito sobre los expresidentes (que no era sobre los expresidentes). En todas estas consultas patito, la voluntad del presidente López Obrador ha sido ampliamente ratificada.
En ninguno de los casos se trata de un método democrático: no es un presidente que quiere escuchar al pueblo y no es una ciudadanía que se expresa libremente. Es un ejercicio organizado por simpatizantes del presidente, en el que los funcionarios de casilla que reciben y cuentan los votos son simpatizantes del presidente, en el que se instalan casillas en sitios que mayoritariamente votarán a favor de lo que el presidente quiera, y en los que participa muy poca gente y en el que el resultado es absolutamente predecible: ganará lo que el presidente quiera.
Es la repetición de fraudes electorales a nivel nacional y regional, bajo estándares que, en su pasado como opositor, resultarían inaceptables para un personaje como López Obrador (el político mexicano que más se ha quejado de fraudes electorales y más ha peleado públicamente por elecciones justas). Siete fraudes electorales en tres años de gobierno.
El presidente, en una interminable borrachera de ego, quiere repetir la dosis ahora con su revocación de mandato. La ligereza con la que aborda el asunto exhibe que, en el fondo, lo que le importa no es la pregunta de la consulta ni su resultado, sino todo lo que le brinda colateralmente este debate: arrinconar al INE para hacerlo ver como parte de la oposición y no un árbitro imparcial, y la posibilidad de desviar la atención para que no se hable de sus malos resultados de gobierno.