En dos semanas el mundo vio con azoro cómo se desmoronó el gobierno de cartón que Estados Unidos sostuvo con pinzas durante veinte años en Afganistán.
Junto con él, cayó hecho pedazos el orgullo de la gran potencia por su reacción decidida en contra del régimen talibán que protegió y albergó a la organización terrorista que organizó en 2001 los atentados del 11 de septiembre, la peor herida infligida a Estados Unidos en su propio territorio.
Al presidente Joe Biden le tocó poner el punto final a esa historia. Es con él que su país y el mundo han atestiguado el hecho de fondo: Estados Unidos perdió la guerra.
La peor derrota desde Vietnam. Y más dolorosa, porque fue su respuesta a los atentados que marcaron el inicio del siglo XXI.
Se puede argumentar, con razón, que esa guerra estaba perdida antes de Biden, pero el descuidado cierre que le dio su administración marcará para siempre su presidencia.
El impacto político y electoral interno aún está por verse porque es un hecho que una abrumadora mayoría de los estadounidenses estaba a favor del retiro de las tropas de Afganistán.
Pero las imágenes de ciudadanos afganos en el aeropuerto de Kabul aferrándose a los aviones con tal de huir del régimen talibán no van a desaparecer. Tampoco la indignación entre veteranos militares estadounidenses de ese conflicto por la manera en que miles de afganos que trabajaron con ellos fueron abandonados, dejados a merced de la venganza de los talibanes.
Y el hecho es que hoy está de regreso un régimen con una ideología medieval, violador de cualquier vestigio de derechos humanos, opresor por excelencia —con inusitada violencia— de las mujeres… y amigo de las organizaciones terroristas que tienen a Estados Unidos y a Occidente como objetivo principal.
La llamada guerra contra el terrorismo la perdió Estados Unidos. Si el régimen talibán vuelve a ser refugio de terroristas, como es de esperarse, el desastre de estos días será lo primero que se recordará. Y Biden es quien lo cargará.
Apenas un par de meses antes, Biden había descartado de manera enfática que pudiera ocurrir lo que ocurrió esta semana al concretarse el retiro de las fuerzas militares estadounidenses de Afganistán, pactado por su antecesor Trump con los talibanes que durante esas dos décadas sostuvieron su resistencia.
Biden llegó a la Presidencia de Estados Unidos con su larguísima experiencia política contrastada con la nula del advenedizo Donald Trump.
Haber sido vicepresidente y sus 36 años de senador le daban una sólida autoridad, especialmente en el manejo de los temas de política exterior.
Y contra todos los pronósticos, fue en ese rubro, vital para el poder y la imagen de su país, en el que ha tenido sus mayores tropiezos como presidente. El más reciente, la implementación del retiro de Afganistán que fue un desastre de planeación, de inteligencia y de diplomacia.
Tal vez la derrota no era suya, pero es él quien la llevará a cuestas.
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