La única manera en que funcione el aeropuerto Felipe Ángeles es que deje de ser funcional el Benito Juárez. La única manera en que sea atractivo el AIFA es que sea cada vez más desagradable el AICM. No se trata de hacer mejor la terminal de Santa Lucía sino de hacer peor la que existe y sí sirve, para que en la comparación pueda salvarse.

El AIFA es un proyecto caro y fallido del presidente López Obrador, y para tratar de rescatarlo, el gobierno federal ha iniciado una acuciosa estrategia de estrangulamiento del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Se está manejando mal, deliberadamente. Se está afeando, deliberadamente. Se está operando mal para causar molestias, deliberadamente. Se trata de cortarle el oxígeno poco a poco. Ahogarlo. Y se nota:

Hay cuatro bandas para que los pasajeros recojan su equipaje, pero sólo activan una y en esa amontonan todas las maletas de todos los vuelos que van llegando. Las filas de Migración serpentean todas las cintas, suben las escaleras y continúan por los pasillos. La fila de Aduana es también larga, aunque el usuario manifieste que no tiene nada que declarar. Hay fila hasta en los taxis. Los trabajadores del aeropuerto, los maleteros, los taxistas, los de Migración, los del SAT, los guardias nacionales, todos cuentan historias de cómo los orillan a dar un mal servicio, cómo las líneas áreas no tienen el personal suficiente y cómo las tareas básicas no se están cumpliendo. Hay andamios abandonados, techos rotos, paredes improvisadas de tabla-roca. Los pilotos de todo el mundo ya saben que si vuelan a la Ciudad de México deben cargar combustible extra porque lo más seguro es que los tengan dando vueltas en el aire un rato antes de permitirles el aterrizaje. Y cuando necesitan llenar el tanque, tienen que esperar porque la pipa con turbosina tarda en aparecerse. Son cada vez más frecuentes los retrasos por horas, las cancelaciones, los aviones que tienen que bajar en otras ciudades o los que aterrizan y se pasan un largo tiempo esperando a que les asignen una posición de llegada, y luego es posición remota, así que súmele el tiempo del camión. Hemos visto situaciones de peligro entre aviones que preocupan a los viajeros y se sabe que el rediseño del espacio aéreo ha sido un fracaso que profundizó las dudas para negarle a México que vuelva a tener el máximo certificado de seguridad aérea que perdió el año pasado.

Mientras se desperdician millones de pesos en la terminal-capricho del presidente en Santa Lucía, al aeropuerto Benito Juárez le han recortado el 30% de su presupuesto. Cualquier día en redes sociales hay un festín de usuarios quejándose de su desgraciada experiencia de vuelo en el aeropuerto más importante del país. No es sólo la ineptitud y negligencia asociadas a las ya conocidas nulas capacidades administrativas del gobierno actual. Es una instrucción deliberada desde Palacio Nacional: mi aeropuertito tiene que funcionar sí o sí. Y para eso, el presidente no ha escatimado en ir destruyendo el aeropuerto que tiene y extorsionar a las aerolíneas para que sumen vuelos a un AIFA que nadie usa… ni el presidente. Es la tónica del sexenio: destruir lo bueno, para que lo malo no se vea tan feo.

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