A Baldemar Hernández los hijos del Presidente le dicen “tío” de cariño. En el gobierno y el partido lo conocen como “el doctor Baldemar”. Veterano de la política, el funcionario tiene una ascendencia y cercanía con López Obrador que pocos pueden presumir: no sólo fue su primer jefe en un puesto del gobierno en la década de los setenta, sino que cuando AMLO fue perseguido, cuentan que lo sacó de Tabasco, personalmente lo llevó a la Ciudad de México, lo ayudó a matricularse en la UNAM y lo apoyó económicamente. Quizá por eso, el doctor Baldemar ha sido sistemáticamente protegido con la impunidad presidencial a pesar de haber saltado de escándalo en escándalo:

Baldemar Hernández empezó el sexenio en la Secretaría del Bienestar. Fue Titular de la Unidad de Finanzas. Desde ahí trató de montar los “centros integradores”, ideados como ventanillas únicas del gobierno con los ciudadanos en poblaciones remotas. Era una idea de hace cuarenta años, de cuando Baldemar estaba en el Instituto Nacional Indigenista y López Obrador era su colaborador. En esta resurrección de los “centros integradores”, hubo actos públicos en los que el tío Baldemar estuvo acompañado de José Ramón López Beltrán, hijo del presidente de México, para hacer los grandes anuncios. Para el negocio de dichos centros apuntaron a dos empresarios muy cercanos a ellos, Carlos Cabal Peniche y Alejandro del Valle.

Prometieron 13 mil centros integradores. El programa fracasó. El doctor Baldemar no llegó ni a los dos años en la Secretaría del Bienestar, pero no por ese fracaso, sino por el escándalo de los Servidores de la Nación, pagados con el presupuesto público, pero usados como operadores electorales de Morena. Tuvo observaciones de la Auditoría Superior de la Federación, al igual que Teresa Guadalupe Reyes, la jefa directa de los “servidores”.

Fue tal el desastre, que todos tuvieron que ser rescatados. En esa operación de rescate fue pieza clave Gabriel García, el entonces todopoderoso operador financiero de López Obrador, el que manejaba los programas sociales desde su despacho en Palacio Nacional. La relación de García con el cuestionado empresario Alejandro del Valle —recientemente vapuleado por la quiebra de Interjet— fue central. A la operadora clave de Baldemar, Isabel Montoya, la mandaron a trabajar con Del Valle a Interjet. A Teresa Guadalupe Reyes la colocaron en el INEA (el de educación para los adultos) y más recientemente la candidatearon para ser consejera del INE. Y a Baldemar Hernández lo movieron unos meses a la Secretaría de Hacienda y le terminaron dando la jefatura de Financiera Rural.

¿Qué hizo ahí? Quebrarla. Gabriel García acomodó a varios de sus cercanos en la Financiera y juntos iniciaron la operación electoral a favor de Morena. Dieron créditos con los mismos criterios que asignaban los programas sociales: privilegiando a morenistas. El modelo reventó.

Hace unos días se anunció que el presidente AMLO desaparecía Financiera Rural. No es cierto que la haya desaparecido por la corrupción del pasado. La tuvo que desaparecer para esconder los malos manejos del presente. De eso hablaremos mañana.

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